Han pasado los días pero los ecos de la memoria y sus consecuencias no nos lo alejarán nunca, porque es un hito importante del mejor logro democrático de nuestra Historia. Recordando los tristes acontecimientos de tan memorable fecha dos aspectos negativos se revelaban con lamentables consecuencias. El primero comprobar que 7 de cada 10 jóvenes confesaban abiertamente que no sabían nada sobre este nefasto suceso, el llamado 23F. Las respuestas a través de lo transmitido por distintos canales televisivos nos dejaban con un amargo regusto de decepción y asombro. Es evidente que todo ello es consecuencia de una falta de interés de los interrogados por nuestra Historia más reciente y por el puro conocimiento, y de manera muy singular por los déficits de unas leyes de enseñanza que han regido estos años tan vacuas como insuficientes. De ahí que sigamos lamentando el fracaso escolar y la frustración de una enseñanza a todas luces ineficaz. Y es que, quienes pretendieron igualarnos a todos en la pobreza a través de la economía, consiguieron igualarnos también en la ignorancia a través de una deplorable educación. Muy triste.

El segundo aspecto, dramático y lamentable es la tergiversación y la instrumentalización de los penosos acontecimientos de la tarde-noche del 23 F, que han vuelto a poner de manifiesto - ya lo hicieron en su día -, los dirigentes de Podemos con su líder, Pablo Iglesias a la cabeza. En su ideario, en su esfera cultural colectivista se fija como una de sus principales pautas, la reinterpretación del pasado, la partidista y sesgada versión de la Historia, el firme e irreductible propósito de apoderarse del presente como fórmula tóxica y demoledora de fomentar el enfrentamiento, el odio, el rencor y destruir por completo el espíritu de la Transición y cuestionar la gestión del Rey Juan Carlos, en momento tan trascendental como fue el 23 F, que dio la medida exacta de la consolidación democrática del país. En esa manipulación interesada, en esa mención malévola, salpicada de falsas sospechas, conspiraciones y supuestas tramas, se ataca también a otras instituciones y valores que fueron favorablemente decisivos en tan comprometido trance. Una actitud que los iguala con los golpistas como ya ocurriera en el golpe de estado de los nacionalistas catalanes en octubre del 2017.

Y los riesgos para nuestro estado constitucional se agudizan amenazando nuestra endeble estabilidad, arreciando implacables el ensañamiento y los ataques a la monarquía, se coarta la independencia judicial, se trata de controlar y silenciar a los medios informativos y se habla de "comportamientos incívicos" -¿los de Cataluña también?, ¿o no?,- para apantallar problemas más inminentes. Suscribo lo que escribía el doctor Antonio Fernández Jurado, querido amigo y compañero en estas columnas el pasado sábado: "La ética y la estética política imponen un perfil sentimental que supere el mero hecho ideológico o partidista".

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