En este complejo vericueto que recorre nuestro país hay dos grandes problemas que nos preocupan y alarman nuestro ánimo: la dichosa pandemia que no acabamos de erradicar y la crisis económica como consecuencia de tan malhadada calamidad. Se me dirá que otros graves conflictos nos acucian y es bien cierto. Pero vienen dados en gran parte por quienes se empeñan en contravenir, contrariar y desafiar lo que debiera ser nuestra pacífica convivencia, nuestro quehacer cotidiano, nuestra colectiva contribución al bien común y al engrandecimiento de España. Pero en un bastardo y ruin crecimiento que no cesa y ha llegado a los más insospechados límites, el horrendo cáncer del nacionalismo separatista, avalado y auspiciado por el gobierno y sus indultos, amenaza con desmembrar el país.

Esta situación me recuerda a otra igualmente trágica y acuciante que nos acosa especialmente cada verano. Es el de los incendios que en su mayoría son provocados. Contrariamente a estos siniestros donde nunca conocemos los rostros de sus funestos autores - ¿alguien ha visto las caras de los crueles incendiarios, de los indeseables pirómanos que provocan tan voraces y desastrosas catástrofes? - aquí si sabemos de ellos y de sus semblantes tristemente famosos. Como vamos conociendo a sus cómplices de distintos pelajes y a medida que se trata de normalizar los indultos surgen hasta las sorpresas. Ahí está la extemporánea declaración del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, en el Círculo de Economía, donde el presidente de la Generalidad, Aragonés, hizo el ridículo en su actitud con el Rey, entre otras actuaciones no menos grotescas. ¿Puede decirnos el Sr. Garamendi si van a volver las más de cinco mil empresas que se fueron de Cataluña, una región parada, maniatada sometida a la veleidad política de sus fanáticos mandatarios?

Pero el ridículo ha sido un comportamiento recurrente en estos últimos días: Lo fue con respecto a la selección española de fútbol y las vacunas, que da idea de la imprevisión e incompetencia de muchas de nuestras instituciones. Como siempre a destiempo y con precipitaciones. Lo fue, con espectacular sonrojo, la vergonzosa persecución de Pedro Sánchez al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, mendigando una fotografía. La ministra de exteriores con sus pintorescas declaraciones contribuyó a aumentar la dimensión del escarnio. Algo que demuestra claramente nuestra irrelevancia diplomática en materia como si no hubiera quedado probado ya en la nefasta peripecia marroquí. Y volviendo al arduo tema de los indultos ¿cómo vamos a creer a Sánchez, sus ministros, sus consejeros áulicos, capitaneados por su Pepito Grillo, el servil y fiel vasallo, Iván Redondo, su corte mediática y sus corifeos a sueldo, que son la solución cuando Aragonés y Puigdemont con su imparable locuacidad separatista no paran de repetir que "los indultos no solucionan el conflicto" e insisten por activa y por pasiva en la amnistía y la autodeterminación?

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