Antonio Carrasco

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Revuelta al cole

Son aquellos que deberían generarnos un mínimo de confianza los que más miedo nos provocan

Nuestras mochilas verdes de Arcos, las indestructibles J'hayber Olimpo con una suela capaz de hacer descarrilar un tren y los chandals de colores imposibles para los que no teníamos uniforme son tres imágenes grabadas en el recuerdo de los que contamos cierta edad (y por suerte no peinamos las canas que ya deberíamos). Era nuestra vuelta al cole hace ya tres décadas. Tiempos en los que las conversaciones en la fila, las anécdotas del verano en el pueblo y los reencuentros eran todas nuestras preocupaciones. No necesitábamos nada más ni había nada más que nos alterase. Era la felicidad plena.

Así debería ser. En un escenario natural, nuestros niños tendrían que hablar estos días del Recre (espero que la mayoría lo haga), de la mochila que les ha regalado el abuelo, las zapatillas brillantes que estrenan o de las vacaciones que han pasado. A los padres les tocaría preocuparse por esa lista de la compra infinita de materiales y las agendas cuasi ministeriales de actividades extraescolares de difícil encaje. Pero nada se parece ya a lo que recordamos. Difícilmente vuelva a serlo porque un golpe como el que todavía estamos sufriendo deja una huella mucho más profunda de la que posiblemente podamos apreciar en la superficie.

En su lugar hay miedo e inquietud. Motivos no faltan. En este mundo azotado por la maldita pandemia que vino a reventarnos hace casi un año el riesgo se ha convertido en compañero de viaje. Vivimos con él. Salir a hacer la compra, a trabajar o disfrutar de la condicionada vida social que nos toca significa exponerse y el cole no lo iba a ser menos. Nadie puede garantizar un espacio libre al 100x100 porque no lo hay. Hasta ahí todos de acuerdo. La cuestión es si dentro de los márgenes del riesgo que nos toca asumir contamos con un plan eficiente para minimizarlo en los márgenes aceptables. No son pocos los que dentro de esa comunidad educativa cuestionan la conveniencia de volver a las aulas.

Los mensajes que leemos a diario no ayudan a dotarnos de tranquilidad. Los profesionales del sistema educativo alerta de falta de medios, las Ampas ponen el grito en el cielo y los médicos tuercen el gesto con nuestros niños como sujetos pasivos de una oración que conjugan otros. Todos ellos son comprensibles en su posición de primera línea. Pero son aquellos que deberían generar un mínimo de confianza los que más miedo dan. Los políticos en base de la (o)posición que les toca defender ofrecen un mensaje y el contrario, acusan unos y se justifican otros. Resulta complicado fiarse. Son tiempos de revuelta en el cole.

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