Revolución Rusa

Shostakóvich dormía con la maleta siempre preparada, para no perder tiempo cuando fueran a detenerlo

Revolución Rusa? ¿Quieren saber algo sobre la Revolución Rusa cuyo centenario celebramos ahora? Pues allá voy. El compositor Shostakóvich dormía con la maleta siempre preparada, para no tener que perder tiempo cuando fueran a detenerlo los lacónicos agentes de la policía política. El poeta Osip Mandelstam llevaba siempre una copia de la Divina Comedia, para tener algo que leer cuando fueran a detenerlo (por desgracia, ay, no le dejaron coger ningún libro cuando se lo llevaron de verdad a Siberia, de donde nunca regresó). La poeta Marina Tsvietáieva tenía a su marido y a su hija en la cárcel cuando mandó una petición pidiendo un trabajo de friegaplatos en la cantina de un sórdido centro para escritores; como le denegaron la petición, se ahorcó colgándose de un gancho a la entrada de la choza donde tenía que vivir. Otra poeta, Anna Ajmátova, concibió los versos de su poema Réquiem mientras hacía cola frente a una comisaría para mandarle paquetes de ropa y comida a su hijo internado en un campo de concentración siberiano. A Isaak Babel lo acusaron de ser espía y terrorista y le metieron un tiro en la cabeza, aunque su único crimen fue intentar hacerse amigo de los siniestros policías del KGB, ya que, como escritor que era, quería meter las narices allá adentro para descubrir "a qué olía aquello".

Y no hace falta contar lo que le pasó a Maiakovski -que se pegó un tiro en el corazón por una historia de amor, sí, pero también porque sabía lo que se le venía encima-, ni lo que le pasó a Boris Pasternak, que tuvo que renunciar al premio Nobel de Literatura, en 1958, en medio de una salvaje campaña de desprestigio en la que le acusaron de ser un traidor y un burgués y un contrarrevolucionario. Hay muchísimos casos más, y no sólo de escritores, sino de músicos, cineastas, actores, médicos, enfermeras, policías -la policía política, aunque parezca mentira, era purgada cada tres o cuatro años durante los peores tiempos de Stalin-, por no hablar de los millones de campesinos que murieron durante la hambruna ucraniana o de los obreros que sufrieron toda clase de privaciones y abusos (aparte de que muchos de ellos también fueron enviados al Gulag).

Decir esto no significa que uno sea cómplice de Rajoy, para nada, ni que apruebe las prácticas más salvajes del capitalismo; no, simplemente se trata de decir la verdad.

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