Estaba cantado. O podríamos decirlo, con ese título de una novela de Gabriel García Márquez tan manido, era La crónica de una muerte anunciada. Lo del fútbol y las actividades de Ángel María Villar, presunto autor de un entramado que permitió el desvío de millones de fondos públicos y privados de la Real Federación Española de Fútbol, ha confirmado lo denunciado, sabido y repetido por muchos. De hecho había una investigación en marcha desde hace mucho tiempo. A una serie de presuntos delitos específicos se unen los desgraciadamente habituales en estos casos: nepotismo, clientelismo, pago de favores y votos, además de beneficios de al menos diez partidos de la selección nacional y otras fechorías. Casi 30 años contemplan esta impresentable ejecutoria, escándalo para tantos ahora, entre ellos los numerosos corifeos de la crítica deportiva oficialista, presidencialista, forofa y mercenaria, que ahora ponen el grito en el cielo y antes callaban como muertos. En este desaguisado de la que pasa por ser la mejor liga del mundo y vemos sus entrañas carcomidas por la corrupción, yo no descartaría a muchos aficionados, capaces de tragar con carros y carretas con tal de que gane su equipo, conserve la categoría o conquiste puestos destacados. Para vergüenza y escarnio están los que un día aplaudían entusiásticamente a Messi saliendo del juzgado, procesado por defraudar a Hacienda. Es decir a todos nosotros. Es una muestra más de ese barroco retablo de miserias éticas y morales que ofrecen ciertas visiones de nuestro país. La hermosa estampa del fútbol, noble, competitivo y espectacular, se ve ensombrecida por demasiados mangantes. Una más que estaba cantada es la del 3%, que algunos aseguran con el tiempo se ha elevado considerablemente, cuya investigación irrumpe en la propia sede la gobernabilidad catalana, responsable también de inicuos procedimientos recaudatorios. La intervención, el control o la supervisión preventiva semanal por parte del Gobierno, al que legitima la Constitución, para comprobar que la Generalidad no financia el pretendido referéndum del 1 de octubre, es algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Ya está bien de que los españoles sigamos pagando las pretenciosas veleidades de estos desaprensivos independentistas.

Si no hay referéndum como se ha dicho hasta la saciedad, no hay más que hablar. Lo demás son monsergas. Músicas celestiales como ese pastoreo equidistante de Pedro y Pablo, no precisamente los apóstoles de Jesús, que en sus pretensiones personales nos llevan a una deriva inquietante y arriesgada. Hablar de nación de naciones es una especie de socorrido eufemismo que no hace más que contribuir al juego del nacionalismo. Un nacionalismo trasnochado, insolidario, excluyente, insaciable, contrario a una mentalidad supuestamente progresista solapado por un federalismo asimétrico. Un galimatías engañoso que ni quienes lo argumentan están convencidos de su verdadera entidad.

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