Las caceroladas, celebradas durante el mes de mayo como protesta a la gestión gubernamental sobre el Covid, no solamente ayudaron a desatar las iras de los manifestantes, sino también la de esa población que mira perpleja cómo unos cuantos se adueñan de la bandera nacional, la de todos. Manifestaciones como éstas, o la de Vox unos días después, colapsando el centro de Madrid, podrán gustar o no, pero no es más que el ejercicio de la libertad de expresión, un derecho constitucional de todos los españoles, incluso de los que solamente la quieren para sí (¡faltaría más!).

Si los ciudadanos de a pie debemos ser cuidadosos con los derechos fundamentales, nuestros representantes políticos, los que juraron fidelidad a la Constitución, deberían exteriorizarlo más. Ocurre que si en un debate en el Congreso, Casado, líder de la oposición, llama "Dictadura institucional" al Gobierno de la nación, si Abascal acusa de "genocidio" lo ocurrido en las Residencias de Mayores o Álvarez de Toledo, con su frialdad característica, carga contra el padre de Iglesias llamándole terrorista, va a ser que esto se parece más a una república bananera que a una democracia.

Para no ser menos, la televisión nos hace testigos del lamentable espectáculo que se dio, esta vez en la reunión de portavoces del Senado. El rifirrafe entre el representante de Más Madrid y el PP fue para enrojecer. Los motivos ya son lo de menos. ¡Qué más da! Lo que cuenta es esa actitud pendenciera y de taberna del pasado siglo que les sustrae a los populares (a sabiendas que no lo son todos) toda credibilidad y la razón, por supuesto. Unos portavoces que, más que explicaciones, piden sangre en una bancada que recuerda a viejas películas de oeste, revólver al cinturón.

Menos mal que si un "ilustre" senador se dirige al vicepresidente del Gobierno llamándole "vicepandemias", no representa al pueblo español. Los españoles, los que no tienen cargos ni ataduras políticas, podrían simbolizar a esa "calle", porque en general, no padecen ataques de histeria. Sin duda, es tranquilizador pensar que en la calle no se refleja ese odio que se respira en las instituciones.

Si quienes deben dar ejemplo olvidan el concepto de respeto, éste debería ser una práctica forzosa. ¿Y si fuese obligatorio, para ejercer como parlamentario, realizar un Máster sobre el Respeto: Causas y Consecuencias? Si se debe superar unas pruebas para acceder a la Universidad, ¿por qué no a los que aspiran formar parte de las Cortes?

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