Unade las cosas más curiosas de los republicanos españoles es que demuestran saber muy pocas cosas sobre la experiencia republicana en España. Si les preguntas, por ejemplo, por la I República (la experiencia cantonal de 1873, sobre la que Galdós escribió páginas delirantes y en la que Granada le llegó a declarar la guerra a Jaén), la mayoría se encoge de hombros porque no tiene ni la menor idea. Y cuando preguntas por la II República -la de 1931 a 1936-, enseguida descubres que lo único que conocen es la épica propagandística de la Guerra Civil, es decir, el Guernica de Picasso, los poemas de Alberti y Miguel Hernández y todo lo que se pueda asociar a la Memoria Histórica (que tiene un alto componente de propaganda política, por cierto). Y en cambio, si les preguntas quién fue Niceto Alcalá Zamora, nuestros republicanos tienen que encogerse de hombros porque lo ignoran.
Y sin embargo, estas cosas tienen su importancia. En abril de 1936, por ejemplo, la izquierda se empeñó en destituir como presidente de la República a Niceto Alcalá Zamora, que era católico y conservador (y andaluz de Cabra, igual que Carmen Calvo), y nombrar en su lugar a Manuel Azaña, que era el candidato de la coalición de izquierdas. Con Alcalá Zamora de presidente de la República, la derecha republicana más conservadora -que todavía existía- se habría sentido representada y en cierto modo protegida, pero al destituirlo, esa derecha se inclinó hacia el autoritarismo parafascista. En el otro bando, la izquierda más levantisca del PSOE de Largo Caballero también empezó a soñar con la Revolución Socialista (como la que había tenido lugar en Asturias un año y medio antes). Y así, en la primavera de 1936 todo estaba preparado para la guerra civil.
Evidentemente, todo esto suena a arqueología tan apolillada como una lección histórica sobre la Persia sasánida, pero son cosas que deberíamos tener muy presentes en estos momentos de cuestionamiento de la Monarquía parlamentaria. Juan Carlos I ha demostrado ser un personaje irresponsable y codicioso que ha dilapidado todo el prestigio moral que se había ganado en los dificilísimos años de la Transición. Pero nadie nos garantiza que una III República vaya a privarnos de los personajes irresponsables y codiciosos (y dogmáticos e ineptos y fanáticos). Más bien todo lo contrario.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios