Empezamos en marzo con tres meses de confinamiento duro. Todo era nuevo, no sabíamos a dónde íbamos ni por dónde podía salir una situación que paralizó la economía. Llegó el verano, el otoño, el invierno... Y casi después de un año volvemos a pensar en un encierro como la única salida porque, perdónenme, no hemos hecho los deberes. En este tiempo nos hemos acomodado. Sí, hemos optado por esperar a que actúen los otros (y aquí podemos meter al colectivo/administración/grupo que más nos convenga, según nuestros intereses o aversión). No voy a valorar si esa es la medida más adecuada ahora porque creo que deben ser los expertos, con un baremo sanitario en la mano (es el que en este momento debe primar) los que deben llevar la voz cantante. Lo que me chirría y les confieso que me llega incluso a alterar, es que nos hayan advertido desde noviembre de que esto iba a pasar y a pesar de ello hemos permitido que ocurra.

Pedimos medidas. Se definen, se aplican y nos metemos sin previo aviso en una forma de vida que nos hace dependientes diariamente de un parte de datos, preceptos, normativas y consejos que hasta nos hacen pensar en blanco y negro. Nos imponen un distanciamiento, el uso obligatorio de mascarilla, la limpieza extrema, la limitación de aforo en los espacios públicos y compartidos; se acota el número de personas en las reuniones o encuentros que mantengamos... Pero nosotros preferimos pasar de todo ello y miramos a otro lado y echamos la culpa a "la falta de seguridad", a la "ausencia de vigilantes" que debemos necesitar porque, al parecer, somos como niños a los que nos tienen que obligar, supervisar y sancionar para cumplir la norma... Pues entonces no reclamemos medidas y admitamos que somos unos inmaduros.

El coronavirus campa a sus anchas por toda nuestra geografía y el margen de maniobra para frenarlo se acaba. Tras la relajación de las medidas (y de su cumplimiento) durante las Navidades, los tambores de un confinamiento domiciliario han sonado con fuerza, pero nadie se atreve a dar el paso: ¿Es la orden más eficaz contra la expansión del virus? Quizá en el punto en el que nos encontremos, sí, pero los daños laborales, sociales y mentales de aplicarla son muy altos (como lo han sido siempre). Pero es que hemos perdido el tiempo, casi ha pasado un curso entero y no hemos hecho los deberes. Algunos ni siquiera han abierto el libro o han recogido los apuntes y así, es imposible. Ya es tarde para poder barajar alternativas. Entre los expertos, el debate está abierto, aunque la mayoría de los epidemiólogos avalan un confinamiento duro y corto. ¿Seremos capaces de aprovechar esta oportunidad? Seamos sensatos. Merece la pena y aunque está claro que repetimos curso, que al menos nos quede la satisfacción de que ha merecido la pena. Porque, no lo olvidemos, lo que nos jugamos es la vida.

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