Si en febrero, cuando visitó los asentamientos de los temporeros de la fresa, dijo quedarse "pasmado" por las condiciones de vida de estas personas, ¿qué diría ahora Philip Alston, Relator de la ONU sobre pobreza extrema y derechos humanos, tras los sucesivos incendios que han devastado sus chabolas? No cuesta imaginarlo en otra rueda de prensa de palabras rotundas y dolidas. O encontrarse con él, quizás, ante el Ayuntamiento de Lepe, acompañando en sus reivindicaciones a quienes han sido condenados a "vivir como animales" (así dijo) mientras hay empresas que "ganan millones de euros" gracias a ellos.

Después de aquel viaje por España, y del revuelo que provocó su informe, Alston ha redactado un documento con el que pone fin a su mandato tras seis años en el cargo. Acaba de ser presentado en Ginebra, ya por su sucesor, y en él denuncia el incumplimiento de la comunidad internacional ante el objetivo de erradicar la pobreza en 2030, a pesar de que se vende lo contrario. Los líderes saben bien maquillar las cifras de la indignidad. También propone soluciones: con claridad afirma que la reducción de la pobreza no vendrá de manos del crecimiento económico, sino de la apuesta por redistribuir las riquezas; hay que implementar una justicia fiscal efectiva, profundizar la democracia y tener claro, finalmente, que la filantropía nunca reemplazará el papel esencial de los gobiernos.

Un Relator de la ONU es algo así como un experto de prestigio que realiza funciones de investigación y asesoramiento. No se le paga por su trabajo, lo que garantiza su independencia. La palabra es francesa y en nuestra lengua evoca a un cuentista, alguien que sabe dar cuerpo y forma a una historia, aquel que pone en pie un relato viable. Y verdaderamente, algo de eso hay en la labor inabarcable de Alston y de tantos que se atreven a imaginar el futuro.

Por eso, cuando los trabajadores agrícolas que hoy resisten pacíficamente en Lepe, demandando algo tan básico como un lugar donde vivir, ganen esta batalla (y la ganarán, no lo duden), será bueno recordar a los que antes le pusieron voz a su justa causa y, desde el compromiso con los derechos humanos, hicieron visibles los abismos de la desigualdad: no solo Alston, también los ciudadanos y organizaciones que los apoyan. Para que la realidad cambie hace falta comprender antes que puede ser posible. Necesitamos construir piquetes de palabras y desde ahí defender nuestros más hondos anhelos. Aunque ni siquiera lo sepamos.

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