Paco Huelva

Rehabilitar

Las personas que lo han perdido todo tienen derecho a ser atendidas en sus demandas

Pasan las noticias por los informativos una tras otra para perderse al cabo de unos días o unos meses, en el sumidero de la Historia, como si nada hubiera acontecido o, como si por un casual, se tratara de una gran mentira acuñada en los mentideros donde se elaboran las sentencias, esas medias verdades que hacen posible encauzar el pensamiento de los administrados en la dirección que interesa a los poderes instaurados, y esto no es vana retórica, que para eso están las escuelas cínicas creadas por Antístenes y defendidas por Diógenes de Sinope entre otros y tan de moda en nuestros días.

Y estoy hablando, claro que sí, del desatado volcán en la isla de La Palma. Una erupción magmática que nos mantiene el alma encogida solo de pensar que fuéramos nosotros los afectados, las personas que han debido ser desalojadas de sus hogares, de sus pueblos e incluso de sus regulares vidas y llevadas en volandas, en menos de lo que canta un gallo, a una situación de resguardo que pueda salvaguardar las vidas, pero que, les deja en una situación de desamparo que hace necesaria la intervención de todas las instituciones.

Ante una catástrofe de estas características, que está perfectamente estudiada y que debe estar igualmente diseñada por las autoridades competentes en la materia, el proceso, que dicho sea al paso está siendo modélico hasta ahora en su ejecución en cuanto a diseño, planificación, organización y control de este, debe inevitablemente rematar cuando se tercie, cuando el volcán deje de rugir, de producir terremotos y de escupir lava, en la rehabilitación del territorio para dejarlo lo más habitable posible para que la ciudadanía afectada pueda rehacer su existencia con normalidad.

Y esto es algo que se olvida en la gestión de emergencias sean naturales o antrópicas. Y sé de lo que hablo. Las personas que han perdido sus viviendas, sus negocios, sus modos de existencia, tienen derecho a ser atendidas en sus demandas no solo materiales sino también psicológicas, porque sus vidas han sido destruidas y ese evento solo puede ser entendido por aquellos que algo tenían y ahora nada tienen. O lo que es lo mismo, sus pérdidas han de ser tasadas, compensadas y cuidadas con mimo, y no solo mientras el volcán escupe lava, genera sismos y atrae la atención de los medios informativos, sino especialmente después, cuando se queden solos ante las consecuencias de la catástrofe y la locura les ronde el resto de sus días.

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