Regreso al pasado

Hemos dejado de creer en la complejidad del mundo y pensamos que todo es más sencillo de lo que es

Un campesino del siglo XIX tenía graves dificultades para entender conceptos abstractos como democracia o libertad, pero tenía una experiencia directa de la vida mucho más rica que cualquiera de nosotros. Ese campesino sabía, por ejemplo, que no podía dar nada por seguro porque una tormenta de pedrisco se lo podía llevar todo por delante. O que en cualquier momento podía llegar una sequía que arruinara sus cosechas. O una epidemia que dejara el pueblo diezmado. O una guerra en la que desaparecieran todos los hombres jóvenes que vivían en la comarca. Eso hacía del campesino un hombre desconfiado y receloso. Por eso creía en el ahorro, en la prudencia, en la tradición. Por eso procuraba arriesgarse lo menos posible. Por eso sabía que el mundo era un sitio muy complejo en el que todas las cosas podían estropearse en un abrir y cerrar de ojos.

A nosotros nos pasa todo lo contrario. Al vivir alejados del contacto directo con la naturaleza -que no es un documental ecologista, sino una realidad áspera y despiadada- y al tener la suerte de vivir protegidos por un Estado de bienestar que resuelve muchos de los problemas que acuciaban a un campesino del siglo XIX, hemos dejado de creer en la complejidad del mundo y pensamos que todo es mucho más sencillo de lo que en realidad es.

Sólo así se explica, por ejemplo, que haya gente que esté convencida de que vivimos en una dictadura. Cualquiera que haya vivido la guerra civil y la posguerra sabe muy bien, por desgracia, cómo era una tétrica dictadura de verdad, y por eso jamás se le ocurriría decir que ahora vivimos en un régimen así. Pero hay miles de jóvenes y no tan jóvenes que se creen a pies juntillas las mentiras de quienes nos quieren hacer creer que sí vivimos ahora en una dictadura. Y por la misma razón, quienes conocen el escalofrío de leer en un periódico o de oír en la televisión la frase atroz "se cumplió la sentencia" -referida a la ejecución de un condenado- jamás querrían volver a implantar la pena de muerte o ni siquiera la cadena perpetua. Pero vivimos en una sociedad que cada vez pierde más el contacto con la experiencia real de la vida. Y por eso mismo hay más y más gente que, ante casos terribles como la muerte del niño Gabriel Ruiz, claman por una justicia expeditiva que nos devuelva de golpe, alehop, esa reconfortante tranquilidad en la que creemos vivir.

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