Regreso al futuro

El PP no tenía mejor opción para liderar el partido en los inciertos momentos que estamos viviendo

Hay un aire como de melancolía en este proceso exprés de renovación del Partido Popular culminado el fin de semana en el congreso de Sevilla con el nombramiento por aclamación de Alberto Núñez Feijóo. Pareciese como si el partido, zarandeado hasta el punto casi del KO después de vivir peligrosamente sobre el filo de la navaja, estuviese loco por refugiarse en su olvidado carácter de partido moderado y liberal, el de los mejores tiempos de Aznar, el que siempre quiso representar Rajoy hasta que los santones del PNV lo dejaron en la estacada.

Tiene Feijóo, y se nota, una cosa que nunca ha alcanzado siquiera a soñar el imberbe con barba de Casado: la autoritas. Una autoridad casi senatorial que le viene, fundamentalmente, de un capital político acumulado tras legislaturas sucesivas de mayorías absolutas en su Galicia. Feijóo no es lo que se dice un hombre con carisma, ni obedece al patrón de dirigente incubado entre los secretos y traiciones de Génova 13, pero tampoco le hace falta. Al contrario que su antecesor, no ha accedido al cargo como tercera vía aprovechando una guerra ajena, sino que ha sido el partido en toda su extensión, consciente de los seguros problemas que podrían plantear a corto plazo otros liderazgos más mediáticos, quien ha recurrido a él.

No son pocos los que recelan de un supuesto liderazgo de perfil bajo que, más que embridar la situación, sirva de coartada para buscar esos consensos ahora perdidos que beneficien sobre todo al taimado Sánchez, necesitado como está de agua ante el fuego achicharrador de una legislatura ya agotada. En plena ebullición de ese españolismo de garrafón donde el populismo cotiza algo, darle el poder a un señor de Orense defensor del Estado de las autonomías y el "bilingüismo cordial" (sic) no deja de tener su riesgo.

En mi opinión, y el tiempo dirá, el PP no tenía mejor opción para liderar el partido en los inciertos momentos que estamos viviendo. Feijóo no atesora el tirón mediático de una Ayuso, pero tampoco carga con los incómodos peajes de aquella, que no por casualidad renunció desde el primer momento a presentar batalla. Y, en un escenario donde la economía va a marcar sin duda la agenda política, es el que mejor representa la apuesta por la eficacia en la gestión que cada vez más ciudadanos van a comprar con su voto. Por mucho que, entretanto, sonrían ante el televisor mientras Abascal proclama marcial sus suspiros de España.

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