Visiones desde el Sur

Recuperar la credibilidad

¿Cómo es posible que demos más credibilidad a los personajes que a la realidad?

Cuando Borges y Bioy Casares escribían cuentos conjuntos con el pseudónimo de Bustos Domecq, ambos creyeron descubrir que podían definir a los personajes según la manera de hablar de los mismos; no por sus acciones, no, sino por la forma de expresión utilizadas en la trama correspondiente.

En fin, cosas de escritores; de esos locos de calenturientas mentes que alguna vez que otra, como atravesados por un rayo de luz que no sabemos bien de qué lugar procede -y que los flamencos, como ejemplo, cuando están inspirados suelen llamar duende-, empuñan la pluma o aporrean las teclas del ordenador y escriben, llamados a ello por un dios desconocido, por la musa correspondiente o por el hambre, las mejores páginas de la literatura amarrados al yugo de la ficción.

Los literatos recrean mundos en cuyos personajes podemos vernos reflejados como imágenes devueltas por un espejo de letras, porque los mismos tuvieron la habilidad y el ingenio de acuñar, de fijar prototipos de conductas en los cuales podemos encasillar los comportamientos generales del ser humano. De eso se trataba y se trata en el asunto de escribir.

Edipo, Ulises, Aquiles, La Celestina, Don Quijote, Sancho, Otelo, Macbeth, Cándido o Enma Bovary son un puñado de ejemplos al respecto, que jamás dejarán de estar presentes en el ideario colectivo, aunque no lo sepamos, porque nuestra forma de actuar se ajusta como un clon a lo que dichos personajes representan.

Y me pregunto ¡iluso de mí!, si esta regla podría servir para catalogar a las personas. Es decir, si escuchándolas con atención, podríamos conocer su perfil psicológico, su intencionalidad o, incluso, su catadura ética. Y me respondo que no. Decididamente, no.

Hay escritores que, dada la grandeza de los personajes que han creado, han sido rebasados en notoriedad por los mismos: Don Quijote es más interesante que Cervantes, y Hamlet u Otelo más que Shakespeare.

¿Cómo es posible que demos más credibilidad a los personajes -a la literatura, a la ficción- que a la realidad?

Aplicada esta hipótesis a la clase política, y en especial a lo que ha ocurrido en España en el último mes y a lo que nos queda por trillar hasta el final de legislatura, finalice ésta cuando sea ¿no debería la Política con mayúsculas, si es que la tal cosa existe, hacer un ejercicio de reflexión y de consenso en temas cruciales que permitiera recuperar parte de la credibilidad perdida?

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