Recuerdo del peaje

Ahora nos ahorraremos el peaje, sí, pero lo seguiremos pagando con los impuestos, incluso los que no lo utilizan

Como imagino que ya tendrán de sobra con la retahíla de lamentos a cuenta de la investidura y no quiero agobiarles más, he preferido empezar el año añorando el peaje que acaban de suprimir, y ahondar en los recuerdos del niño cuando un erre doce enfila la autopista que acerca el regreso a casa después de un fin de semana cualquiera, cuando el tiempo pasaba todavía despacio y las conversaciones triviales del coche familiar apenas eran interrumpidas por el pi, pi, pi, de aquel carrusel deportivo de los tiempos del coñac Veterano y las boquillas Targard.

Al rato, la monotonía de postes de teléfonos y carteles azules de kilómetros que se sucedían movientes entre las adelfas dejaba paso a aquella visión casi fantasmal de la iglesia grande recortada entre las últimas luces de la tarde, y después, de repente, la mole de metal cruzando la carretera. Era entonces cuando del asiento trasero del coche salían voces infantiles que repetían la recordada pregunta de la madre del poeta al cruzar los pirineos, con la misma ingenuidad pero esta vez sin asomo de dramatismo: ¿falta mucho para llegar a Sevilla?

Era el peaje. Y bien mirado, tenía algo de frontera con sus barreras infranqueables y sus ventanitas alzadas, de división sentimental entre los dos mundos de nuestro universo infantil, Sevilla y El Puerto, de punto y seguido entre la vida ordinaria y cotidiana de la ciudad y la extraordinaria y desocupada de la playa. Allí mismo fuimos testigos quizá de las primeras transacciones económicas, mi padre sacando de la cartera de cocodrilo el billete de mil para que en segundos el eficiente empleado le devolviera el cambio. Y si apretaba el cansancio, estaba el agradable descanso de nombre tan literario como El Cerro del Fantasma.

Una de las primeras noticias del año, no sé si como un guiño a la política populista de la hora, ha sido la supresión del peaje, lo que ha sido celebrado por muchos como un regalo al sufrido ciudadano. Permítanme la discrepancia, aunque sea con el arrinconado argumento del precio justo por el disfrute del servicio público, más cuando como es el caso existe una alternativa gratuita. Ahora nos ahorraremos el peaje, sí, pero lo seguiremos pagando con nuestros impuestos, incluso los que no lo utilizan, y veremos si las colas no nos va obligar a escuchar el carrusel entero. Que ya no nos avisa, ay, del gol de Bertoni en El Helmántico.

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