No lo niegue: tiene usted una sonrisilla en la boca que no puede disimular pensando en que mañana es lunes. Vuelta al cole. Fin a casi tres mes de asueto que en los últimos días tienen mucho de silvestrismo infantil. Admítalo. Está usted loco porque los nenes vuelvan a la rutina del cole, las extraescolares, los madrugones y el acostarse temprano. No se azore, no es usted un mal padre o madre. Es que la cosa llega un momento que consigue poner los nervios más tensos que la cuerda de un piano. Ya no le quedan castigos, amenazas ni capacidad de diálogo. Afróntelo. Así que a partir de mañana algo de respiro habrá con los enanos metidos unas horas en el aula. Que así se curten.

Toca vuelta al cole y un curso más habrá nervios y dudas sobre cómo irá la cosa y cuál será la relación con los compañeros. También miedo ante el temido bullying, a que algún mierda se cruce en el camino del niño o la niña y se dedique a hacerle la vida imposible por el mero hecho de divertirse. Si lo ve, no lo dude, denúncielo. Hágalo también si no tiene que ver con los que son de su sangre. Los abusones, que uno ya va cumpliendo trienios, siempre han sido tipos deleznables a los que hay que meter en vereda como sea.

Tenga usted cuidado también con el móvil, que los expertos están hartos de avisar de que es el mal del siglo XXI. Lo es por los niños y los es por los padres. A los estudiantes les deja absortos, les saca de sus obligaciones y les atolondra si se les deja sin control alguno. No es usted mejor ni más enrrollado por darle el telefonito ni la play al nene. Como dice el juez Calatayud -al que habría que elevar en un púlpito por su clarividencia-, hay que estar encima de los niños y hacerles sentir sus obligaciones. Eso significa también que no dé usted esa tabarra interminable en el grupo de la clase pidiendo los ejercicios que ha mandado la seño. No ayuda en nada. No le hace ningún favor a su hijo molestando a las tantonas al resto de madres para preguntar si hay que llevar el pantalón largo o corto, las zapatillas de deporte o los zapatos o si toca bocadillo de chacina o bollo de pastelería. Mucho menos si hay que hacer tal o cual página del libro. Cuando usted era pequeño seguro que sus padres no lo hacían y tampoco ha salido tan mal la cosa. Sus hijos son niños, no inútiles, así que no contribuya a su hiperprotección.

Volvemos al cole, a las carreras matutinas, el desayuno deglutido en 30 segundos, la carrera para llegar a la hora y la pelea para hacer los deberes. Regresamos al trato con los maestros, esas personas que durante nueve meses tratan de domesticar a nuestras criaturitas para hacer de ellas personas de bien. Y lo hacen lo mejor que pueden, lo que significa que, salvo excepciones, si su hijo suspende es porque no se ha aplicado y si le echan de clase es porque se ha portado como un gañán. Olvídese de que le han mirado mal. Eso suele ser falso. Además, tampoco es que el profesor tenga que ser su amigo, que a usted en la oficina no le piden que bese a todos los clientes.

Respete, haga que los niños estudien y no dé la tabarra a los demás. Es una receta fácil y si nos la aplicamos todos igual hasta lograremos que nuestros hijos sean menos víctimas de la ineficacia de las leyes educativas.

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