D ICE el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que el asunto de Cataluña ya preocupa menos a los españoles, hasta el punto de que en la última encuesta se sitúa de nuevo por detrás de los tradicionales desvelos por los temas económicos y propios de la corrupción. Dicen que desde que se aplicó el artículo 155 en esa comunidad y su declaración de independencia quedó reducida a una mera declaración de intenciones, los españolitos de a pie le echan menos cuenta a lo que ocurre por allí arriba. Dicen los expertos que hasta el mismo día de las elecciones el interés en el resto de la piel de toro va a seguir decayendo porque lo que nos espera en la campaña es más de lo mismo. A saber, un grupo de políticos entonando el "y tú más" y el "qué malo es el otro" en lugar de alguien dando soluciones y planteando alternativas.

Puede ser, no lo niego. No soy experto en la materia aunque creo que la cosa está más candente de lo que parece. Y para basar la hipótesis me remito a algo muy especial que me ocurrió en la redacción el pasado martes durante la visita de un grupo de alumnos de tercero de Primaria. La cosa consistía en explicarles un poco cómo se hace un periódico y de qué manera se trabaja en una redacción. Para meternos en faena preguntamos si en casa se leen periódicos, que cuáles son las secciones que conocen y los personajes que les llaman la atención. En este punto, uno esperaba escuchar hablar de Messi, de Cristiano o de Jesús Vázquez. Pero hete aquí que llegó la sorpresa y los pequeños estudiantes corearon al unísono "¡¡Puigdemont, Puigdemont!!"; a partir de ese momento, el cachondeo fue soberano pues las frases se sucedían entre el "Puigdemont, vete a la cárcel", el "Puigdemont a huido a Bélgica" o el "Puigdemont es muy feo". A tal punto llegó la cosa que en el caso práctico de poner una foto en una maqueta de página, los propios pequeños pidieron que buscara una de Puigdemont y, cuando lo hice, ahí que volvieron los gritos y la algarabía.

Que dos grupos de 25 niños citen a Puigdemont como personaje conocido llama la atención. Que lo hagan además con cierto conocimiento, sorprendente en su profundidad, denota hasta qué punto cuanto acontece en Cataluña ha condicionado y va a condicionar la vida de este país en los próximos meses. Mientras el hombre que quiso ser Beatle y sólo pudo dejarse el pelo como ellos pasea por Bélgica comiendo mejillones, poniendo cara de frío y haciendo el ridículo en los medios de comunicación, en los hogares españoles sigue establecida una sensación de incertidumbre y desasosiego de gran trascendencia. Es esa emoción la que los políticos no saben captar; la misma que se expresó en banderas de España en los balcones y la misma que sigue copando las conversaciones de barra de bar o comida de familia.

"¡Puigdemont, Puigdemont!", gritaban los niños alborozados ante la mirada atónita de su profesora y la sorpresa de los periodistas. Con sus altas voces, los pequeños exorcizaban los temores de sus padres. Como cuando a estos les decían que si se portaban mal venía el hombre del saco. Porque a los niños de ahora parece más efectivo decirles que vendrá Puigdemont. Aunque ése no salga de Bélgica ni aunque lo llamen de su casa.

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