Caleidoscopio

Vicente Quiroga

Puer natus est

Algunos quieren llamar a estas celebraciones navideñas 'Fiestas del solsticio de invierno' (denominación que se debe a los nazis de Hitler), otros lo simplifican en 'Fiestas de Invierno'. En este tiempo tan dado a no llamar a las cosas por su nombre, a disfrazar la evidencia y a recurrir a eufemismos incalificables y sin sentido, cuando no a la más ridícula cursilería, en un desvergonzado ejercicio de cinismo y descarada hipocresía, hacen esfuerzos inauditos por imponernos tendencias laicistas y relegar la realidad religiosa al ámbito privado, aunque haya manifestaciones públicas notables y muestras expresivas de sentimientos que, enraizadas en la voluntad popular, se imponen por su propia evidencia.

¿Cómo serían estos días sin el testimonio insoslayable de su origen que se remonta a muchos siglos de tradición y de enraizamiento en la historia de gran parte de la humanidad? Fiestas que los creyentes celebramos siguiendo costumbres ancestrales que rememoramos de nuestros antepasados. "Pues hacemos alegrías cuando nace uno de nos, ¿qué haremos naciendo Dios?" Hay un mayor sentimiento familiar que anima los hogares y estrecha el afecto y la amistad. En estas evocaciones navideñas mi pensamiento vuelve a los poemas que festejan la Natividad de Jesús. En el trienio juanramoniano no podemos olvidar a nuestro Premio Nóbel noguereño: "Jesús, el dulce, vieneý/ Las noches huelen a romeroý/ ¡Oh, qué pureza tiene/ la luna en el sendero!"

'Puer natus est'ý Un Niño nos ha nacido. Y ¿cómo no recordar a Góngora?: "Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno;/ ¡qué glorioso que está el heno/ porque ha caído sobre él!"ý ¿O a Luis Rosales?: "De lirio en oración, de espuma herida/ por ella paso del alba silenciosa,/ de carne sin pecado en la gozosa/ contemplación del Niño sorprendida". Estamos ante una celebración jubilosa pero sin excesos ni alegrías de diseño o de compromiso, de una sociedad hiperconsumista, de copas y comidas gremiales que obligan a llegar a las reuniones familiares sobrecargados excesivamente.

"No es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita", proclamaba San Francisco, el "poverino" de Asís. Todo lo contrario de los que abusan de lo que no necesitan tan sólo para epatar ambiciones y ostentaciones innecesarias. No es ese el clima o el espíritu de la Navidad que invocamos hoy. Es mucho más sencillo. Es la expectativa de un nuevo tiempo de cambio y de ilusión. Isaías profetizaba la esencia del que nos llega cada 24 de diciembre: "El ayuno que yo quiero es dejar libres a los oprimidos, partir el pan con el hambriento, vestir al desnudo y dar techo al que no tiene casa". Recuerdo una vez más el villancico callejero: "De Nazareth a Belén hay una senda por la que van los que creen en las promesas". Es la Navidad que amamos los que nunca perdimos la esperanza. Miremos el rostro de los niños iluminado en su divina inocencia por la celebración que reúne a las familias para festejar la Buena Nueva, que renueva y alienta nuestra esperanza redentora. ¡Feliz Navidad a todos!

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