Nadie duda que éste es un país democrático donde no todos son demócratas. Ese es un déficit que, mal que nos pese, surge muy a menudo y se recrudece, sobre todo, en época electoral y en las consecuencias como resultado de las mismas. A las primeras de cambio el presidente del Gobierno decide reunirse con los líderes de los primeros partidos y excluye a Vox, que es un partido constitucionalista y legal. Una falta de respeto a los 24 diputados legítimamente elegidos. Un partido que aparte de ese logro, además de servir de espantajo del miedo, ha conseguido usurparle un buen número de votos al PP. No reunirse con ellos supone una decisión antidemocrática, sean cuales sean las características de este partido. Lo cual contradice esa persuasiva declaración generalizada de cualquier líder que asegura siempre estar abierto al diálogo con todos los partidos. Lo mismo diríamos si se tratara de cualquier otro.

La ponzoña destilada por el nacionalismo ha sembrado un hábito de perversión que ha envilecido de una u otra forma a la sociedad española y en particular a los profesionales de la política. Es absurdo pensar que la convivencia es posible con quienes tratan de imponer un nacionalismo excluyente, retrógrado, supremacista, que se empeña en imponer su superioridad sobre el resto de los territorios. Este es el auténtico peligro. Esto es lo que da miedo y hace inconcebible toda complacencia, venga de donde venga. Lo último: Òmnium Cultural pide a Sánchez que la Abogacía del Estado "retire todos los cargos contra los presos políticos". ¿Qué idea tienen estos individuos de la democracia y de la independencia judicial?

Entre tanto llueve, graniza, truena y caen chuzos de punta sobre el PP, a cuyos ataques se han sumado sus enemigos de siempre, adheridos ocasionales y medios informativos adversos con su habitual virulenta malevolencia instigando el arraigado cainismo y el desolador maniqueísmo de siempre. Lo que supone la asunción del discurso social, obviando o soslayando la connivencia con los nacionalistas, el riesgo de ruptura de España y unas propuestas socioeconómicas más que dudosas

Los excesos verbales de Casado han puesto en peligro ese pacto -pacto de investidura como suele repetir Cs- entre estos, Vox y los populares, sobre los que arrecia incisiva y constantemente Susana Díaz -alentada por unos medios que todavía le son fieles- y que en su desiderátum dialéctico parece olvidar que ya no es la dueña de Andalucía ni puede seguir enarbolando su bandera como cuando se arropaba con la enseña atribuyéndole las críticas que a ella y sólo a ella, le dedicaban. El centrismo, si es que en él quiere seguir asentado el PP, es también prudencia y en este caso estrategia, destreza y habilidad, que le han faltado en las últimas elecciones y necesita con urgencia en las que se celebrarán el próximo día 26. Y, ¡ojo!, el voto emocional no suele ser la mejor decisión.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios