Propósitos renovados

No olvidemos que nuestros cambios suelen ser lentos y no siempre sistemáticos

E style="text-transform:uppercase">S del todo evidente que hay temas muy recurrentes. En general, los seres humanos nos repetimos mucho y, como es lógico, eso se refleja en los medios de comunicación. Un ejemplo es el mal llamado síndrome posvacacional. Normalmente, después del verano se habla del mismo y si, además, son días no pródigos en noticias el asunto viene estupendamente para cubrir espacios. Ahora le toca el turno, con ocasión del año nuevo, al tema de los propósitos y, ya se sabe, casi todo comentario o entrevista gira en dos aspectos: uno, sobre cuáles son los objetivos que las personas se proponen para ese año y, dos, acerca de si, una vez formulados, se cumplen o no. En cuanto a lo primero es frecuente que se mencionen las metas clásicas: adelgazar, aprender inglés, hacer ejercicio, dejar de fumar, tomar menos alcohol…, si bien, eso no es óbice para que haya quienes se pongan otras, más íntimas o de cierto calado que no se acostumbran a declarar tan espontáneamente, como son las separaciones de pareja o determinadas decisiones laborales; y, en cuanto al cumplimiento, habría que responder que, lo más probable, es que sea que no, pues la mayoría de la gente no tiene suficiente constancia. Todo esto podría ser considerado como banal, bien por las propias intenciones en sí, globalmente particulares, y porque, en realidad, solemos alterar muy poco los estilos de vida; no olvidemos que nuestros cambios suelen ser lentos y no siempre son sistemáticos, más bien son como los de un gran buque modificando el rumbo con la mar muy agitada. Por tanto, en una primera aproximación podría llegarse a la conclusión de que eso de los propósitos es de la menor importancia, que lo único que encierran son deseos que, habitualmente, no se plasman en hechos, sobre todo, cuando su consecución exige esfuerzo y perseverancia. Y es posible que tal deducción sea correcta, en un principio. Sin embargo, también puede verse todo esto positivamente. Por un lado, desde una perspectiva de resultado, merece la pena esa imposición de objetivos, pues en más de un caso algo o alguna parte se cumple y ese algo o parte se queda, permanece; y, por otro, durante el tiempo en el que se tienen esos buenos propósitos existe un atisbo de esperanza y eso influye en el bienestar personal. El fallo que puede cometerse en este contexto es el de activar este mecanismo puramente humano tan solo una vez al año, porque insistiendo se aumenta la probabilidad de que, al final, alguno de nuestros objetivos se logre.

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