Visiones desde el Sur

Prisioneros

Debemos pedir al Gobierno, que sea más coherente, que preste más atención a nuestras necesidades

Sólo he entrado una vez en una prisión y fue para hacer una lectura de mis libros. Desde entonces sé que una cárcel es un oasis de hormigón instalado en un arrabal del mundo. Un lugar en donde esconder a las personas para que no molesten.

También aprendí que la cárcel ni redime ni educa ni sirve para readaptación social alguna. Una cárcel es un basural en donde ocultamos a los que no deseamos en nuestras casas o en nuestras calles, y a los que no hemos sabido educar. Todas y cada una de las personas recluidas suponen una falla en los sistemas organizados que las encarcelan: fracasaron en educación, en sentar las normas básicas de convivencia, en su lucha contra las exclusiones, en superar la pobreza, en romper de una vez la marginalidad: en buscar caminos a los descarriados, si así lo desean.

No deseo hablar de la necesidad o no de estas estructuras que controlan a una población privada de libertad por aquellos que tienen la autoridad para hacerlo.

Mundo dentro del mundo, sueño dentro del sueño, una cárcel es también un lugar en donde la ausencia se hace más patente; la memoria castiga porque el pretérito es el presente -el que nos trajo aquí-; y la incertidumbre es la cuerda floja por donde camina el porvenir -ese siempre incierto ideal-.

En un lugar de estas características, en donde no es fácil localizar elementos sobre los que plantar árboles con visión de futuro, pasé un rato afable; amable, sí: que debo tildar como fructífero. El hábito por la lectura de algunos de los internos, el amor diría yo, por la literatura, el caminar por mundos reales y ficticios que consoliden las débiles paredes con las que percibimos el cosmos, sólo nos puede aportar fortalezas para la comprensión del enrevesado camino que todos transitamos, habitemos el lugar que fuere cultural, social o profesionalmente, prisión incluida. Discutir, hablar… sobre lo divino y lo humano en semejante espacio es un aprendizaje que no olvidaré jamás.

Y hoy, que todos andamos recluidos, eliminados de las calles por ser un peligro para los otros, me he acordado de esa cárcel, de ese lugar al que -en un Día del Libro- fui a leer, y del que salí siendo una otra persona más plena: más llena de argumentos.

Desde la cárcel en la que escribo y desde la que usted me lee, debemos pedir al sistema que gobierna el orbe, que sea más coherente, que preste más atención a nuestras necesidades mínimas para poder vivir sin que sea necesario que nos encarcelen.

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