Osea que hemos hecho el canelo durante un tiempo irrecobrable y encima se nos juzga como a un zangolotino. No es justo y por supuesto quienes intentan demeritar la reválida deben estar pensando en la intangibilidad del tomate antes que en anudarse el mono y romperse los codos, que es lo que han hecho tantas generaciones de estudiantes en los pupitres y pizarras de la vieja enseñanza, sin que por ello se les hayan caído los anillos ni invocado otra razón que no sea la de aceptar un método al que hoy llamaríamos, presuntamente, de evaluación continua, donde estudiar no era dañino o truculento y donde puedo asegurar que no existían ataques de ansiedad ni traumas teatrales y, por supuesto, sicólogos conductivos ni cuentos de Narnia...

Por los años cincuenta del ayer, uno pisaba el caserón de los Maristas y superaba el paso de Primaria a Secundaria comenzando la larga marcha del Bachillerato, en donde no había tregua porque a mitad de ciclo te empotrabas de frente con la Reválida de Cuarto, premonitorio salvavidas en que elegir ciencias o letras y vadear al fin la tortura de las raíces cuadradas, los logaritmos neperianos, el principio de Boyle Mariotte o la tabla de elementos periódicos, para adentrarse en esas lenguas muertas en las que se sustenta nuestra singularidad idiomática en las que buceamos para encontrar a los padres de la filosofía griega y a los historiadores, escritores, geógrafos y legistas romanos, base del marco normativo.

De ahí, tras dos años de dura "especialización", otra nueva aduana, Reválida de Sexto, y nuevo examen para determinar el grado de conocimiento y madurez adquiridos en esos seis años, y una vez conquistadas las dos cimas, preparar el acceso a la Universidad mediante el visto bueno y aprobado del Preuniversitario. No era moco de pavo.

Por la cuenta de la vieja me salen cuatro citas claustrales en las que había que dar el callo para pasar el corte, y mira tú por donde a nadie se le ocurrió abdicar de tan dolosa carga de tanto traqueteo y tan ardua tarea.

En este tiempo de apropiación tecnológica en un mundo global, donde se facilita el acceso inmediato a las fuentes de la sabiduría, suena a ramplón y parche la disputa sobre determinar si pesan los deberes y si tasar el rendimiento en pruebas selectivas llega a deteriorar a tan sensible elenco.

Se propone lograr la excelencia. Al tajo pues, queridos educandos.

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