Predicar entre cofrades

La secularización imparable de la sociedad provoca una antipatía inmediata al ver un obispo con una dialéctica turbia

El pasado domingo el obispo de Huelva usó el altavoz de la misa de Pentecostés para poner voz a la postura de los prelados andaluces ante las próximas elecciones. En un claro guiño a la derecha política, pidió a los católicos que votasen según "las afinidades o incompatibilidades de los principios morales", y por supuesto llamó a votar en "coherencia con la fe cristiana". Intuyo que Gómez Sierra, el obispo onubense, no coincidirá del todo conmigo en qué es ser coherente con la fe cristiana, y me imagino que esas diferencias serán mayores en asuntos hipersensibles para la curia como son el derecho al aborto, la libertad sexual o a la eutanasia, pero desde luego su inoportuna y poco clara homilía, hacen que intuitivamente me parezcan distancias enormes.

La secularización imparable de la sociedad española provoca una antipatía inmediata al ver a un obispo por la televisión con una dialéctica turbia y críptica, propia de otros tiempos, donde además alecciona claramente a la muchedumbre. Por otro lado su homilía ha originado una polémica estéril de contrarios, que solo ha servido para despabilar algo al votante de izquierdas, envalentonar al que interpreta como suyo el discurso y, lo peor, ahondar aún más la distancia entre sociedad e Iglesia católica ¿Era esa la intención del sacerdote que representa a todos los cristianos católicos de Huelva, la de crear tensión y discordia? ¿O solo ha sido solo una reacción imprevista ante una desafortunada intervención? No puedo responder a estas preguntas, pero por el bien común estaría bien que en próximas ocasiones fuese más oportuno y más claro, para no generar confusión.

La cercanía de los grupos políticos de derecha, sobre todo la de aquellos de "extrema" derecha, a algunos postulados eclesiales de las diócesis españolas, debería preocuparnos mucho más al grueso de feligreses católicos que seguimos queriendo ser más "nazarenos" que cofrades, y tendría que hacerse notar esa discrepancia. La xenofobia, el machismo y el adoctrinamiento neoliberal, incluso la necesaria aconfesionalidad de las estructuras y servicios del Estado, también tendrían que ser misión general y evidente de toda la Iglesia, y no solo de algunos de sus grupos. Y por supuesto, la defensa común de los valores morales de los seguidores de Cristo debería ser un ejercicio más democrático, menos dirigido públicamente por unos pocos varones que se arrogan la dignidad de la verdad, con más mesas de debate, y con menos púlpitos.

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