EL populismo está en ebullición. Con viejas tácticas; todo está inventado. En España, Podemos quiere protagonizar la batalla callejera, politizar el dolor, denigrar a los medios que no le son gratos y llamar la atención en el Congreso. Manuela Carmena dijo el jueves en un seminario, organizado por la Universidad Autónoma de Madrid y el diario El País, que el mundo de la democracia representativa se está acabando. Era el mismo foro en el que el día anterior un grupo de enmascarados impidió por la fuerza la intervención del expresidente González y de Cebrián, el fundador del periódico. Es difícil no coincidir con la alcaldesa de Madrid en la decadencia de los partidos clásicos, pero ejercicios de matonismo como el del miércoles no ofrecen nada mejor.

Estos modos no son una exclusiva española. En Estados Unidos el candidato presidencial Donald Trump, un millonario patán con las maneras de Jesús Gil, ha dicho sin apuro que cuestionará el resultado de las elecciones si no gana. En España tuvimos un conato en la noche electoral de junio del 93 cuando Arenas y Gallardón dieron primero ganador al PP y luego consideraron increíbles los resultados contrarios que facilitó el Gobierno. Más tarde, Aznar aceptaría su derrota. Ahora Iglesias no considera legítimo ningún gobierno en el que él no esté.

El populismo tiene distinta piel e ideología en unos países u otros, pero también puntos en común. Le Pen acuñó en los 80 un eslogan de éxito, la banda de los cuatro, para descalificar al conjunto de la clase política francesa. Similar a la casta que tanto ha utilizado el jefe de Podemos en España tres décadas después. A este partido le gusta organizar shows mediáticos en el Congreso, en busca de fotos de portada. Mejoran; a los bebés y los besos en la boca han seguido cosas más serias. El jueves fueron los derechos de las personas privadas de libertad en los centros de internamiento de extranjeros. Asunto que merece una ley orgánica. En vez de una propuesta, Podemos exhibió unos folletos con la Declaración de Derechos Humanos.

Llevar pancartas y dar gritos en los parlamentos también está ensayado por otros populistas. Ian Paisley llamó anticristo a Juan Pablo II en el Parlamento Europeo en 1988. Y montó otro circo parecido a Margaret Thatcher en el 86. Trump, Le Pen o Paisley han denunciado tenebrosas conjuras mediáticas contra ellos. Iglesias hace lo mismo con denuedo. Es chocante que un niño mimado por varias televisiones y periódicos digitales se queje del trato recibido en una sociedad plural.

Ahora se anuncia una manifestación que rodeará el Congreso durante la investidura. Según una portavoz de Podemos será un saludable ejercicio democrático de libertad de expresión. El mismo que no pudieron realizar González y Cebrián. Está en el artículo 19 del folleto enarbolado el jueves en el Congreso por este grupo. Ellos no creen en la democracia representativa, pero la utilizan hasta el abuso. Hasta que hierva.

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