Cuando era pequeña, en casa solían entrar todos los días tres periódicos, dos de tirada nacional y uno de tirada local. Mis padres consumían prensa y yo, que empecé a leer antes de lo debido, tomé por costumbre leer los titulares y ojear hasta la última página. En realidad, me enteraría de bien poco, pero recuerdo con una nitidez pasmosa una imagen que, a pie de foto, decía: "Niño mutilado de doce años". Yacía el tronco y habían puesto cerca de él la cabeza y extremidades. Tendría siete años y sabía que doce no era mucho más que siete. Y tuve miedo, mucho miedo. Aquel espanto fue, posiblemente, el origen de mi pavor a las guerras y me tuvo meses con terrores nocturnos. Nunca pregunté lo lejos que quedaba Centroamérica y aún hoy, la guerra es una de mis pesadillas recurrentes.

Actualmente, vivimos la invasión de Ucrania y podemos decir que está siendo televisada casi a tiempo real. - Vaya por delante mi solidaridad con el pueblo ucraniano-. Hay un continuo bombardeo informativo que nos está llevando a la sobreinformación. A todas horas, en las cadenas en abierto, informativos y tertulias nos muestran lo peor del ser humano. Ciudades destruidas, madres que, desesperadamente, cargan con sus hijos en un intento de ponerlos a salvo. Escasez de agua y comida. Misiles cruzando el cielo. Muertos en las cunetas y niños de mirada perdida que caminan aferrados a una mano y un osito de peluche. La lucha por subir a un tren, a cualquiera, que los saque del infierno. Papás convertidos en soldados que resisten y, por el bando contrario, chavales que hace un mes estaban jugando con sus colegas a la Play mientras tomaban pizza, - posiblemente a juegos de guerra, como casi todos -, y ahora les hacen empuñar un arma y les obligan a matar de verdad.

Pongan a salvo a sus hijos de estas imágenes. Se las están tragando y tienen difícil digestión. Son muy duras, como las que cualquier guerra. Demasiada información, que no pueden procesar. Desconocen la distancia a la que están de esta barbarie. Es muy posible que no sepan verbalizar el miedo que están sintiendo. Tienen derecho a su inocencia, a una niñez llena de amor y de paz. Los niños de Ucrania, también. Así que vayamos pensando qué podemos hacer por ellos y manos a la obra. Por nuestros niños y por los ucranianos. Es más útil que llorar delante de una pantalla. Y recuerden que el botón más importante de la televisión es uno que pone "on/off".

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