Si se me permite una autocita, copio a continuación unas líneas que figuran en la solapa de mi libro Surcos de América, recientemente publicado: "Creo que el mayor bien de los pueblos es la paz, incluida la paz social y lo que conlleva; que las acciones de los políticos deberían ser orientadas y controladas por la sociedad; que hay que caminar hacia la utopía, aun con la convicción de que no se logrará alcanzar la meta". Esta reflexión me parece oportuna tras un dilatado periodo en el que la sucesión de elecciones, en sus diversas modalidades, han propiciado un ambiente ciudadano cargado de tensiones.

Es hora de abrir las ventanas y dejar entrar aire fresco. Quedó atrás el momento de remarcar y ahondar las diferencias. Dejemos paso al diálogo, a las convergencias, y no solo para buscar pactos que repartan el poder, sino también intentando acuerdos entre aquellos a quienes las urnas han dado el mandato de gobernar y los que deben, a su pesar sin duda, asumir el papel de oposición. En democracia, como la cara y cruz de una moneda, Gobierno y oposición forman parte indisoluble del sistema que nos hace libres, siquiera de forma relativa, y la convicción de que todos los partidos persiguen el progreso de la sociedad, aunque difieran en las recetas para lograrlo, debería ser suficiente para generar espacios de entendimiento. No hacerlo así daría alas a la creencia de que la búsqueda del bien común es para algunos más un pretexto que un objetivo fundamental, válido para hacer prevalecer los intereses personales o de partido sobre los generales.

Que lo anterior es posible lo demuestra el hecho de que, mientras aquí los dos partidos mayoritarios se tiran los trastos a la cabeza, en la Unión Europea populares y socialdemócratas forman una coalición, a la que posiblemente se unan ahora los liberales para mantener la mayoría parlamentaria. Ciertamente, en el marco europeo al que pertenecemos, con la huida de los extremos que el pueblo votante ha dejado patente (desplome de Podemos y contención del emergente Vox), las diferencias ideológicas no son tan grandes y permiten pensar que el acento hay que ponerlo sobre la eficacia en la gestión. Esta solo será satisfactoria si funcionan los canales de comunicación con las bases y estas son conscientes de sus derechos y de su capacidad de control y crítica a los políticos electos y al conjunto de la Administración pública.

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