Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Políticos y adyacentes

La semana que viene hablaré sobre políticos que esconden su incompetencia en campañas que sólo ellos se pueden creer

No termino de acostumbrarme, de verdad que no. No importa los años que lleve en esto, pero lo comentaba con alguien que es capaz de no olvidar lo que fue -y me temo que siempre será- aunque ahora tenga que bregar en campo contrario. ¿En qué se diferencia un político de una persona normal? Pues en que el segundo, ante un problema, trata de buscar una solución lo más razonable posible, mientras que al primero le basta con encontrar un culpable del desaguisado.

Esto me ha pasado, se lo juro: pregunto en un Ayuntamiento (no era el de Huelva, no vayamos a herir susceptibilidades) por el estado del firme de ciertas calles de un casco histórico que precisaba una manita de asfalto más que urgente; bueno, pues varios días después, los representantes de turno que actúan como concejales encubiertos, alcaldes accidentales o ministros en funciones, me contestan: "eso es del anterior equipo municipal". Guardé un silencio con el teléfono en la oreja, porque pensaba escuchar un "pero..." con la explicación subsiguiente. Iluso de mí, eso era todo lo que tenían que decir. Lo peor del caso es que cuando publiqué un reportaje en el que me paseaba por esas mismas calles poniendo en jaque la integridad de los amortiguadores de mi coche y la duración de los neumáticos y señalé su prolija respuesta, el rebote fue del quince.

La verdad es que lidiar con nosotros es un pestiñazo; somos los tíos más pelmas del mundo pero salvo algunos casos en los que los autores se aferran a una perversión casi absoluta por tocar las narices a quien se ponga por delante (algo de eso hay, créanme), cuando preguntamos, nos quejamos y criticamos es, simplemente, porque las cosas no están bien, ni para nosotros, ni para el resto de ciudadanos. Miren, me importa un pimiento el partido en el que milita el responsable de que un tren lleve dos horas de retraso camino de Madrid; el caso es que voy tarde y conmigo cientos, miles de personas en una línea impropia de estos tiempos. Cuando se escribe, es porque no queremos que nadie más sufra semejante sensación de impotencia; lo que reclamamos a los representantes públicos es que se pongan a ello, que trabajen por arreglarlo y, si no pueden, que al menos tengan la gallardía de decirlo (lo de apartarse va a ser mucho), de dar la sensación de que realmente les importa lo que pasa. Y a determinados representantes de esos cargos, que guarden una distancia prudencial con la identificación de los mismos y, si no pueden conseguirlo, tengan la bondad de no hacer el ridículo. O por lo menos callarse.

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