Política de guerra

El sueño de Aznar, cada vez más presente en el debate, es reeditado 30 años después por los cachorros de la vieja guardia

Las últimas noticias en relación con el liderazgo del centro derecha en el País Vasco, donde el panorama político tras la desaparición del terrorismo ha llevado al votante burgués de toda la vida a refugiarse detrás de la segura muralla del nacionalismo dejando a las opciones generalistas casi como marcas residuales (qué lejos quedan los tiempos, ay, cuando los partidos españolistas llegaron hasta a moverle la silla al clientelismo santón del PNV), no hacen sino confirmar la tendencia general a endurecer el discurso, agrupando fuerzas para lo que se viene encima, sabedores todos de la enorme factura que representa hoy la dispersión ante un escenario electoral demasiado atomizado.

Los partidos se manejan como pueden presas de su enorme debilidad, y cada vez más desplazan el eje de su actuación primando la estrategia sobre la política. Ciudadanos es hoy un partido muerto, perdida ya para siempre si es que alguna vez la tuvo su vocación de bisagra, que intenta colocar los restos de aquel prestigio intelectual que le dieron algunos nombres conocidos como el aristócrata venido a menos que malvende en el mercado negro el viejo cuadro familiar de época. Lanzado en los brazos del Partido Popular, éste no ha regateado demasiado en concederle algunas prebendas en forma de puestos seguros en las listas. En este escenario, Alfonso Alonso nada más que podía jugar el papel de víctima inevitable, pequeño alfil sacrificado del tablero en aras de la verdadera partida de la reunificación de la derecha. El sueño de Aznar, cada vez más presente en el debate, es reeditado treinta años después por los cachorros de la vieja guardia.

En realidad, esto no es más que una respuesta previsible, y desde cierto punto lógica, al posicionamiento socialista junto a comunistas y oportunistas de toda condición. Se prevén tiempos duros en el debate político, y la izquierda enseña sin pudor su hoja de ruta para nada novedosa, llena de guiños al feminismo, al ecologismo y al nacionalismo, terreno que conoce bien y sobre el que se siente segura siempre que las cuentas y sus aliados más díscolos no se salgan de madre. Y ante eso, la táctica consiste en no darle ventaja al rival, estrecharle el terreno y arrimar (nunca mejor dicho) todo el apoyo posible a la causa. Y los pases para la galería que los pegue Feijoó, el único autorizado para salir de la trinchera en esta política de guerra.

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