Poesía de salón

Carmen Aranguren transmite un encanto inmediato en su primer poemario, 'Parques y jardines'

Escribir poesía ha llegado a tal grado de artificio que un lector puede verse sorprendido y no saber cómo reaccionar ante el encanto inmediato que transmite Parques y jardines, el primer poemario publicado por Carmen Aranguren (en Renacimiento). La primera impresión es la de una autora que ha querido recuperar literariamente, sin complicaciones formales, las imágenes de un pasado adolescente y doméstico, todavía vivo, por fortuna, en su memoria. Unas imágenes que cobran aún mayor fuerza al ser contrastadas con la realidad cotidiana de otra edad, más tardía, en la que ya comienzan a aflorar los problemas propios de una mujer madura y reflexiva. En principio, pues, hubiera podido pensarse que Carmen Aranguren ha procedido a la clásica reelaboración literaria que contrapone infancia idílica, aldea y campo frente a madurez, corte y trabajo, con sus consecuentes cargas de idealizaciones si se mira hacia un lado y desajustes si se enfoca hacia el otro. Pero no, pronto se comprueba que en el poemario domina un fluir natural y espontáneo, nada mimético con modelos anteriores. Se percibe, pues, la escritura propia de quien da rienda suelta a vivencias y recuerdos de forma directa, sin intermediarios, ni pretender inscribirse en tradición literaria alguna. La autora, gracias a esos misterios que produce la lírica, consigue que unos versos, tan próximos, por otra parte, por su simplicidad, a la prosa narrativa, suenen de tal forma que encandilan el oído y transforman la experiencia personal que transmiten en algo que el lector acoge también como una vivencia propia. Carmen Aranguren se ha desentendido, pues, quizás de manera deliberada, de cualquier intento de virtuosismo y sofisticación moderna. Y, por el contrario, ha buscado, sobre todo, una vuelta, un regreso a la naturalidad de una expresión, casi coloquial, muy simple en apariencia. Pero el esfuerzo y la sabiduría que han dado origen a este poemario están ahí, aunque estén modestamente escondidos. Así, apenas se abren las páginas de Parques y jardines, surge, de forma inmediata, el encanto mismo de una poesía que llega instintivamente a cualquier lector con sensibilidad musical y que puede leerse, por ello mismo, como si se siguiesen los delicados movimientos de un cuarteto de cuerda en un salón. En un salón algo decadente, pero culto, en el que reina una conversación íntima, sigilosa, bien trabada y llena de reflexiones apropiadas para comprender los problemas femeninos (y masculinos) de nuestro tiempo.

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