Políticamente incorrecto

Francisco Revuelta

Poca altura

La Constitución española de 1978, en su Título VIII, estableció un modo de organización territorial del Estado que era inimaginable durante el franquismo. Con la fórmula de la creación de las comunidades autónomas se pretendía encontrar una solución a las reivindicaciones autonomistas que se reclamaban desde distintas zonas por fuerzas políticas no centralistas. La verdad es que la consolidación de este modelo ha tenido sus altibajos, entre otras razones, porque los partidos mayoritarios creían y creen más en una simple descentralización administrativa que en una conformación que se aproxime a lo federal. La LOAPA fue uno de los intentos por frenar o dificultar ese camino.

No obstante, sí es cierto que con el tiempo se ha conseguido una cierta estabilidad en algunos ámbitos, lo que no significa que se haya alcanzado una situación plenamente satisfactoria y eso se ha percibido claramente con motivo de las reformas efectuadas en los estatutos de autonomía, evidenciándose un cierto desagrado y, si me apuran, rechazo social. Por otro lado, a esto hay que sumarle un elemento más que está al margen de si se concibe o no a España como un Estado de carácter plurinacional -bajo ese eufemismo de una nación de naciones-, con una mezcla de regiones y naciones o, simplemente, como una única nación, prácticamente, homogénea con algunos leves matices diferenciadores. Esa pieza que habría que añadir es la de la utilización con fines partidistas de aquellos instrumentos tendentes a buscar acuerdos para políticas globales y coordinadas en las materias pertinentes, lo que supone la no asunción del papel institucional que otorga el pueblo a sus representantes través de unas elecciones democráticas.

Eso es, ni más ni menos, la impresión que se desprende de la IV Conferencia de Presidentes Autonómicos, que se celebró en el Senado y que acabó con una sonora bronca política. Probablemente, algunos argumenten que era lo esperable pues los enfrentamientos entre el PSOE y el PP, que se reparten la mayoría de las presidencias, son continuos y sin tregua, pero cualquiera espera un poco de altura en según qué circunstancias, cediendo algo para que ganen todos. El desacuerdo producido ha generado una imagen nefasta que, al final, redunda negativamente en la ciudadanía al provocar desencanto e incredulidad ante el entendimiento de los diferentes territorios. No valen ni las críticas contra Zapatero ni las de éste contra los populares; como se ha dicho, ha faltado visión de Estado y ha sobrado interés partidista por ambos lados. Con ejemplos como éste que no se extrañen si después, cuando llegan las elecciones o los refrendos para diferentes temas, la participación es baja o muy baja. La abstención no es un fenómeno que aparece por puro azar.

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