¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Plan b

La obligación de un Gobierno es gobernar, y eso incluye tener siempre un Plan B. Hasta los lechuginos lo saben

Siempre teníamos un Plan B. A aquel trío de fogosos adolescentes, aprendices de Antoine Doinel, no se nos ocurría entrar en acción sin tener preparada una hoja de ruta secundaria, por si las cosas salían mal. Sabíamos de la importancia de contar con alternativas en la ardua tarea del ligue primerizo, del cumplimiento de nuestras obligaciones como bisoños amantes. Como le pasa a Fernando Iwasaki en su Libro del mal amor, nuestros numerosos fracasos nunca se debieron a la falta de proyectos y anteproyectos, de mapas y documentos del Estado Mayor, sino a otras cuestiones que tienen más que ver con la bioquímica y la psicología femeninas, cuyo análisis resultaría demasiado engorroso para el lector y humillante para el autor. Por eso nos resulta tan extraño que todo un Gobierno de España, con su galaxia de funcionarios, asesores, subsecretarías, tenientes generales y bedeles, haya sido incapaz de hacer lo que hacíamos aquellos tres imberbes: elaborar un simple Plan B . Más teniendo en cuenta que el Congreso de los Diputados (al que muchos, no sabemos por qué, confunden con el PP) está dando ya muestras de evidente fatiga ante la ineficacia gubernamental en la gestión de la pandemia. Luego está lo del chantaje. Sánchez, como los amantes de los melodramas, ofrece el todo o el nada: "Yo o el caos". Tardó poco, lógicamente, en saltar la portada de Hermano Lobo y los muchachos aprovecharon los paseos del desconfinamiento para lanzar a los cuatro vientos: "El caos, el caos". Luego vinieron las carcajadas y todos olvidaron al Gobierno para centrarse en la primavera. La vida.

Estos días se ha observado una inflación de la gesticulación política y periodística, por no hablar de ese tren de la bruja que son las redes sociales, en el que la ciudadanía se divierte dando y recibiendo escobazos. Cosas de este país bronco y mestizo que tanto desespera a las almas más sensibles. Pero entre los muchos discursos, nos llama especialmente la atención el que clama por la "unidad", entendida ésta por la renuncia de la oposición a hacer su trabajo. Los que lo usan quizás no recuerden que, precisamente, la democracia consiste en todo lo contrario, en la legalización e institucionalización de la desunión. Allí donde las voces exigen fumigar las diferencias late cálido el corazón de la tiranía. La obligación de la oposición es oponerse, y la del Gobierno, gobernar, lo cual incluye tener siempre un Plan B. Hasta los lechuginos lo saben.

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