Perdidos

El Gobierno de la nación parece interesado en aplicarnos una suerte de macartismo 'soft'

Ocupados con la figura del censor, tan de actualidad en España, se ha pasado por alto una enormidad que a nadie le ha resultado digna de mención, a pesar de haber ocurrido allende el Mare Tenebrarum, o sea, en los USA: varias cadenas de televisión estadounidenses censuraron la intervención de su Presidente cuando consideraron que el Presidente mentía. Y volvieron a hacer lo mismo con la portavoz de la Casa Blanca, señora McEnany, en Fox News, a cuenta de sus comentarios sobre la legalidad/ilegalidad de unos votos. Sinceramente, no recordaba que el periodista, a su labor informativa, debiera añadir las de juez, acusación y agente de tráfico (usted sí, usted no, etcétera). Con lo cual, parece más sensato señalar las mentiras de Trump, documentar sus pifias, y darles pública expresión, que castigar al presidente de tu país de cara a la pared, hasta que aprenda a usar los cubiertos.

Aquí, en España, como decía, el problema tiene también cierto sabor, cierto american flavour. El Gobierno de la nación parece interesado en aplicarnos una suerte de macartismo soft, hasta que el periodismo díscolo vuelva a encontrar el sendero de la Verdad, dicho sea con mayúsculas. Ya sabemos que don Pablo Iglesias no le tenía mucho afecto a la prensa de capital privado, por considerarla en manos de intereses espurios. Pero, claro, el periodismo gubernamental, que tan novedosamente proponía don Pablo, antes se conocía como Prensa del Movimiento, y no parece que sus méritos sean dignos de mayor recuerdo. De modo que, por un lado, tenemos una versión posmoderna del juez Lynch en las televisiones estadounidenses; en tanto que en el Viejo Mundo hemos recobrado cierta nostalgia por las costumbres del XX, pre y pos bélicas.

Desde luego, no es concebible que una televisión española corte abruptamente al Presidente del Gobierno, por muy inexactas o inconvenientes que resulten sus palabras. Pero tampoco es fácil imaginar en los USA esta "verificación" de la prensa que el Gobierno español propone, y que recuerda, de modo inmediato, a la censura previa. De una y otra situación se desprende, en todo caso, una incomprensión, un empobrecimiento de las formas democráticas, en el que los poderes (y la prensa es o era el cuarto poder) se atribuyen facultades que les son ajenas. Maltratar al presidente electo de una nación humilla, irremisiblemente, a todos sus ciudadanos. Perseguir la libertad de prensa, los convierte en súbditos.

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