Pensar rápido, pensar despacio

En la actualidad lo que prima es el egoísmo junto con el fariseísmo de una caridad trasnochada

El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, sugiere que tenemos dos modos diferentes de pensar, a los que denomina Sistemas 1 y 2. El primero se caracterizaría por un pensar rápido, inconsciente, muy convincente y lleno de sentimiento. El segundo sería más lento, complejo, consciente, racional y capaz de emitir juicios y cálculos. Al margen de los estudios para probarlo -algo obligado en ciencia-, la experiencia personal nos invita a aceptar intuitivamente su propuesta. Muchas veces, mirando hacia atrás nos damos cuenta de que lo que concluimos, sentimos o hicimos fue fruto de ese pensar rápido y que en otras ocasiones todo fue debido al proceso contrario, pensando más despaciosamente. Ambos tipos nos son necesarios y su utilidad está en función del momento, contexto y de aquello de lo que se trate. Su uso conveniente puede ser de uno sólo o de los dos secuencialmente. Todo depende. El caso del Aquarius, el barco cargado con más de 600 inmigrantes, es paradigmático con respecto al primero de los sistemas. Había un problema importante humanitario y, por supuesto, se tenía que dar una respuesta sin dilación y se dio. Gracias a ello, por un breve periodo, socialmente nos ha embargado la emoción de creernos poseedores de valores como la solidaridad y de estar llenos de humanidad, lo que nos enorgullece. Pero con la vuelta a la rutina los subidones descenderán y habrá que esperar a que aparezca un nuevo estímulo con proyección mediática que nos haga reaccionar y nos haga sentirnos eufóricos e identificados con las más excelsas virtudes. Y así sucesivamente.

En lo que llevamos de mes han llegado irregularmente a Andalucía 1.200 emigrantes y durante el año pasado arribaron 18.000; ¡casi nada! Por cierto, sin que nadie alabe a los andaluces por su capacidad de acogimiento. Pero esos contingentes no han provocado tan fuertes emociones, ni han conducido a la prestación de ayudas especiales, ni a reclamaciones a la Unión Europea, ni a tanta expectación. ¿Por qué? Pues porque forman parte de la rutina. En este asunto, por desgracia, falta ese pensar despacio destinado a encontrar soluciones sólidas y duraderas, tarea que no es de un solo país, ni exclusivo de Europa, y, a la par, brilla por su ausencia el compromiso firme y serio por asumir y ejecutar las medidas pertinentes, que implicaría, entre otras, una mayor justicia mundial, algo utópico hoy en día. En la actualidad lo que prima es el egoísmo junto con el fariseísmo de una caridad trasnochada.

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