Argentina 1985 es todo un éxito. Entre otras distinciones el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa. Un triunfo notable como clara favorita en la concesión de los Oscar de Hollywood, el máximo galardón en la órbita universal de la cinematografía. De ella escribió con acierto y elogios en su artículo de los lunes en nuestro periódico la rectora de la Universidad de Huelva, María Antonia Peña. Abstrayéndome de premios y apologías para mí los auténticos valores del film de Santiago Mitre me recuerdan el más puro y fascinante carácter del cine político argentino de muy noble tradición y excelentes ejemplos. De esta brillante antología se nutrieron los primeros años del Festival de Cine Iberoamericano que organizamos a mediados de los 70 unos osados cinéfilos con José Luis Ruiz a la cabeza.

En esa apasionante filmografía Argentina 1985, me ha recordado mucho uno de los títulos más impresionantes de la época, Asesinato en el Senado de la Nación (1984), de Juan José Jusid, que tres años después nos volvería a entusiasmar con Made in Argentina. Pero este inolvidable título es uno más de una distinguida panoplia con obras tan notables como La hora de los hornos (1968), de Octavio Getino y Fernando "Pino" Solanas, integrantes del grupo Cine de la Liberación, que denuncia la dependencia económica, cultural y social de Argentina, identificado con los cineastas de Cine de la Base que liderara Raymundo Gleyzer, desaparecido en 1976 y autor de la imprescindible "Los traidores" (1973). En esta denuncia de la oligarquía y la corrupción se encuadra Plata dulce (1982), del bueno de Fernando Ayala, con guion de Héctor Olivera, que nos impresionaría después con La noche de los lápices (1986), escalofriante ejemplo de la más infamante dictadura de los generales. Pero hay más de este espeluznante relato de secuestros y torturas del ejército: La historia oficial (1985), de Luis Puenzo; Garage Olimpo (1989), de Marco Bechis, incluso de los montoneros, izquierda peronista, con una filmografía breve pero contundente, para terminar con el epitafio definitivo, Los chicos de la guerra (1984), de Bebe Camín.

He deformado un título en esta narrativa para dárselo a esta columna. No habrá más penas ni olvido (1984), película basada en la novela de Osvaldo Soriano, con la que Héctor Olivera demostró su ingenio crítico y sarcástico sobre un hecho político genuinamente argentino. Serviría para argumentar la situación de una Argentina irredenta e intermitentemente inestable. Argentina 1985, y su predicamento internacional, nos demuestran que aún se puede mirar atrás para expresar con justos criterios la condena, jurídicamente admirable de Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo para sentenciar a los responsables del mayor genocidio perpetrado en su país. En el ámbito del cine político, de investigación criminal y de juicios, un ejercicio fílmico con mucho nervio y talento cinematográficos.

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