Visiones desde el Sur

Parlamentarismo

Las leyes no son eternas ni inamovibles, son modificadas por la ciudadanía a través de sus representantes legales

Ha llegado la hora de la aceptación para unos y de la templanza para otros. De bajarse del cielo cuan Ícaro de achicharradas alas y pisar la tierra para remendarlas, con renovadas ilusiones por un lado, y de mantener la piedra en la montaña y hacer que permanezca en el otero para otros, como un Sísifo que, con esfuerzo, consiguió por fin la gesta de elevarla y que esta no ruede de nuevo al llano de la insignificancia (política, se entiende) por un tiempo.

De preparar nuevas estrategias, con esfuerzo, tesón, astucia y trabajo para unos, y de reflexionar con rigor e inteligencia el cómo gobernar para todos y además mantener el equilibrio de un Gobierno que depende de multitud de asimetrías, no todas ellas a priori reconciliables, pero, en las que, sin embargo, se comprometió indagar el ya presidente del Gobierno de España, sin que ello suponga el menosprecio de otros territorios del Estado, cuyos presidentes y ciudadanos estarán ojo avizor con lo que se les otorga a Cataluña y el País Vasco.

Llega la hora de gobernar e indagar en todos los márgenes legislativos posibles para unos, para conseguir avanzar en los objetivos pactados -sabido es que el papel lo aguanta todo, lo malo es llevarlo a la práctica-, y de hacer una oposición rigurosa y leal -sin zancadillas, sin triquiñuelas, sin aspavientos si es posible- para otros. Porque esto es la política, o debiera serlo, en democracia.

La historia del parlamentarismo es muy vieja en Occidente. Todo está inventado desde el nacimiento de las Ciudades-Estado griegas, y de eso hace unos días. No pensemos que estamos descubriendo la pólvora, por tanto. El actual ágora - sea el parlamento-, tendrá que aprender a escuchar cosas que hasta ahora no habían sido pronunciadas en tal lugar, que, por otro lado, es la casa de la palabra, del diálogo, del consenso o de la disidencia en su caso, pero, nunca, jamás, un campo de batalla.

Miren, la palabra no mata, lo que matan son los hechos, los actos llevados a cabo no ajustados a derecho en su caso. Y cuando eso ocurre, el legislativo, y por supuesto el ejecutivo, debieran dejar que el poder judicial sea quien resuelva tales cuestiones, para eso está, desde que Montesquieu explicó el asunto de la división de poderes. Pero, las leyes, no son eternas ni inamovibles, son modificadas por la ciudadanía a través de sus representantes legales y con las mayorías pertinentes.

Sinceramente, vienen tiempos alucinantes en lo político.

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