¡Papá!

Esa sensación de que nos hemos quedado huérfanos: eso es lo que nos está pasando a los europeos

El grito llegó desde la calle, de madrugada. "¡Papá, papá!" Al principio creí estar soñando, hasta que me di cuenta de que los gritos sonaban justo debajo de la ventana. Parecían dos niños, o más bien dos niñas. "¡Papá, papá!", gritaban, y el grito parecía llegar desde lo más profundo de un bosque. Me levanté, encendí la luz y vi que eran las 6:15 de la mañana. Afuera, todo estaba oscuro. "¡Papaaaaaaaá!", se oyó de nuevo. Podían ser bromistas, por supuesto, o borrachos que alborotaban en la calle, pero los gritos parecían demasiado reales. No era una broma, eran niñas que querían entrar en su casa y no podían, o que buscaban a un padre que acababa de abandonarlas y al que le pedían a gritos que volviera. Aquellas niñas -si es que eran niñas- gritaban desconsoladas. Algo iba mal. Algo grave les había pasado.

Me asomé a la ventana. Abajo no había nadie. Escuché con atención y sólo pude oír un coche lejano. Nada más. Hacía años, en otra madrugada como aquella, había oído gritos en la calle -una chica a la que alguien perseguía-, y puedo asegurar que esos gritos te cortan la respiración (y no es retórica). Intenté tranquilizarme. Intenté pensar que era una broma y alguien se entretenía haciendo el tonto. Pero los gritos volvieron a sonar. "¡Papaaaaaaá!" Volví a asomarme a la ventana. Lo único que se veía era una gran luna llena en el cielo. Una luna hermosa, altiva, inconmovible, que miraba la tierra como si pudiera decirnos: "Aquí estoy, sí, pero no me pidáis que haga algo por vosotros, no me pidáis ayuda ni me pidáis compañía porque yo no puedo hacer nada".

Mientras intentaba quedarme dormido, pensé en aquel grito llegado de no se sabía dónde: "¡Papaaaaaá!" Y pensé que ese grito, que nadie sabía si era real o mentira, una broma o un grito desesperado, era la mejor definición de lo que nos está pasando a los europeos. Esa sensación de que nos hemos quedado huérfanos, de que ya no sabemos muy bien adónde vamos y de que ya no tenemos a nadie que nos guíe; esa sensación de que ya no nos reconocemos en el mundo que tenemos delante y de que ya no sabemos muy bien lo que nos pasa -y por eso gritamos, a medias por broma, a medias por miedo-, eso era lo que nos hacía gritar en mitad de la noche como niños abandonados. "¡Papaaaaaá!". Y por supuesto, nadie nos oye, salvo esa gran luna llena en el cielo, esa luna que no puede hacer nada por nosotros.

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