Pactos

Hay un odio al pacto político que tiene que ver con la imagen deformada que nos hemos formado del adversario

El otro día, en la serie 45 revoluciones, que trata de la vida de una discográfica en la España de los años 60, aparecía un alto cargo del franquismo -el director de TVE, creo- que gritaba "¡Arriba España!" rodeado de militarotes en su despacho. Yo no sé qué idea de la España de los 60 tendrán los guionistas de la serie, pero le puedo asegurar que "¡Arriba España!" no era un grito habitual en ninguna dependencia oficial, a no ser en algunos círculos ultras ya muy minoritarios. Y mucho menos si se trataba del director de TVE -en aquella época creo que lo era Adolfo Suárez-, quien más bien habría intentado hacerse pasar por abierto y por yeyé, porque los tiempos estaban cambiando y a nadie le interesaba parecer un dinosaurio reaccionario. De hecho, la programación musical de la TVE de los últimos años 60, con los programas de Gonzalo García Pelayo o José María Íñigo, era sorprendentemente avanzada.

Pero esos guionistas -que imagino jóvenes- se imaginan que el franquismo de los años 60 y primeros 70 seguía siendo el mismo franquismo de los terribles años 40, pero eso no es cierto. El régimen seguía siendo indecente y criminal en muchos aspectos, pero a partir de 1965 hubo una libertad de expresión -matizada, limitada- que no se corresponde con la idea que muchos tienen ahora de lo que fue la dictadura. Recuerdo que las librerías estaban llenas de libros de temática marxista -mi preferido era Marxismo y empiriocriticismo, de Lenin-, y grupos tan extraños como Gong o Smash o Música Dispersa o el cantante Pau Riba sacaban regularmente sus extraños -y extraordinarios- discos. Vendían poco, sí, pero existían. Hoy en día no creo que ninguna discográfica se atreviera a publicarlos.

¿Por qué lo digo? Porque entre nosotros hay un odio al pacto político que tiene que ver con esa imagen totalmente deformada que nos hemos formado del adversario, igual que esos guionistas jóvenes imaginan los años de la dictadura como si la España de 1970 fuera Arabia Saudí. Y justamente es esa incapacidad de entender al otro -en uno y otro bando- la que hace imposible cualquier cesión o cualquier intento de llegar a un acuerdo con el adversario. Nadie grita ahora "¡Arriba España!" ni "¡Viva el comunismo libertario!" -salvo algunos zumbados-, pero nos empeñamos en creer que todavía vivimos en un país en el que los dos bandos son así.

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