Cuando ha transcurrido una semana desde que se constituyeron los ayuntamientos; cuando ya, por fin, podemos cerrar la boca que se nos abrió de sorpresa en unos casos y de horror en otros; cuando las turbulencias surgidas con los resultados finales se van apaciguando… Ahora, ya parece más prudente revisar el proceso seguido hasta componer los concejos.

Como reflexión podría servir cómo la política -el juego político, más bien- influye en el cambio social, en la economía e incluso en la evolución del lenguaje. Así, lo que toda la vida se ha llamado negociar (cuando se escuchan las partes mutuamente, se cede solidariamente…), ahora se llama pactar. Y en este nuevo concepto de pactar, no se atiende, se habla; no se ofrece, se impone; no se persuade, se amenaza; no importan las circunstancias del proceso, sino el final del mismo. Y no, no es una práctica de la clase política, es la sociedad la que se ha habituado al pacto por el pacto, sea o no necesario. Los padres hacen pactos con sus hijos sobre el tiempo de uso de la tableta, los compañeros de trabajo pactan quién ficha por quién, se pacta en las familias lo que se almuerza o quien utiliza el coche el fin de semana…

Pactar está de moda, por eso últimamente se conjuga en todos los tiempos verbales. Ocurre que analizando determinados pactos, surge la duda sobre si hablamos de pactar o de pastar (llevar al ganado hasta el pasto, como sea, ofreciendo dádivas y recompensas). A modo de ejemplo: Martínez-Almeida, del PP, después de pastar, se ha convertido en alcalde de Madrid siendo su partido el menos votado. El PSOE ganó las elecciones a la alcaldía de Granada, de Zaragoza, de Orense… pero en las tres ciudades se pastó y no gobierna en ninguna. En Granada se reparten el poder PP y Ciudadanos (dos años cada uno, como buenos hermanos); mientras que en Zaragoza y Orense el PP ganó la partida. En Málaga, el popular De la Torre pastó con Ciudadanos (dos añitos cada uno, como repartirse estampitas), pero a De la Torre le ponen la condición de irse a casa después.

En fin, que la maniobra política de pactar a cualquier precio, ha resultado tan amena, que hasta da un poco de pena que se acabe. Recomiendo a los protagonistas de los pactos, además de ver de nuevo aquella película de Hackford, del 97, Pacto con el diablo, oír todos los días de este verano el Pacto entre caballeros de Sabina, donde cuenta como hasta los atracadores más golfos son capaces de cumplir con fidelidad lo pactado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios