Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Paco, contesta por amor de Dios

Cambiar de casa es un ejercicio de higiene mental que te exige estar despierto incluso a ciertas horas

Nuevo barrio; nueva mirada desde la ventana; nuevo despiste al despertarse por la mañana y, después de dos días moviendo cajas, no recordar qué haces ahí; nuevos vecinos a los que pedir disculpas por la eterna espera al utilizar el ascensor y descubrir con horror que está ocupado con una ínfima parte de esas cajas; nuevos viajes a un trastero ocupado por una cantidad de bultos que no sabes cómo ni dónde estaban guardados y agujetas por todas partes. Una nueva vida, en fin, o mejor dicho, la misma que la anterior pero con una nueva cara que, de vez en cuando es sano renovarla. Nuevos bares en los que pegarse el cervezazo de la semana o el café de diario, nuevas tiendas donde encontrar ese pan que buscas desesperadamente, nuevo aparcamiento en el que esperas no rozar el parachoques del coche y esa eterna melancolía que te produce el hecho de abrir los armarios cuatro veces para encontrar lo que buscas o incluso -me pasa, lo juro- abrir la habitación que no es antes de entrar en ella.

Eso, que me mudé de casa y no me digan que eso de irse a vivir al Cabezo de la Joya no es lo más choquero que un bilbaino y una gaditana pueden hacer en los tres años que llevan aquí con ustedes.

Lo que también me he encontrado por la mañana es una constatación de que la burbuja inmobiliaria está sospechosamente cercana. Frente a mi casa, un edificio pelea por levantarse puntualmente a las ocho de la mañana. Entre la jornada intensiva de verano de los obreros y los madrugones que las redes sociales han traído a mi vida, me topé con esa manía que tienen los obreros de meter cuanto más ruido posible, mejor. El hormigón armado fue la revolución en la edificación; la revolución tecnológica llegará cuando se les dote de unos interfonos con los que evitar que se dejen la glotis en cada intento de entablar una conversación.

El mío, es Paco. Al menos eso es lo que gritan desde la quinta altura hasta el suelo, o al revés, no lo tengo muy claro. Desde primera hora del día, se demuestran dos cosas: o bien el susodicho Paco necesita una urgente visita al otorrino, o el mundo de la lírica onubense se está perdiendo un talento natural con el que le llama a gritos. Últimamente me ha dado por pensar que a lo mejor no se llama Paco y es Antonio. La verdad es que cuando se me ocurrió me descojoné un rato yo mismo. Así de simple soy. De momento, mientras lo descubro, sólo puedo pedirle a Paco que conteste rápido. Hazlo por mí, hombre.

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