Me había prometido a mí misma no volver hablar (ni a pensar) en PISA y de nuevo caigo en la trampa. Ya saben, me refiero a esas pruebas que desde hace casi diez años decidió la OCDE pasar a una muestra de alumnado de 15 años, en 79 países, para luego publicar los resultados por países y también por comunidades. Sí, esas pruebas que el alumnado andaluz no consigue superar año tras año y que los estudiantes de los países nórdicos europeos y algunos asiáticos (este año China se lleva la copa), sobresalen por encima de la media.

Dado que creo firmemente que en estas pruebas no se contemplen las variables del contexto ambiental, familiar o escolar, a los resultados de PISA no le doy la importancia que le dan determinadas fuerzas neoliberales, que de nuevo se frotan las manos de placer cuando se confirma otra vez que España no alcanza la media del resto de países y que Andalucía va a la cola del progreso educativo. No parece interesarles el arremangarse a analizar con seriedad las causas, no sea que de alguna manera puedan justificarse los resultados negativos y no sea bueno para sus intereses sociales e incluso económicos. Por otra parte, estamos rodeados de "expertos" en educación que pisaron la escuela años ha, cuando fueron alumnos y que, incapacitados para encontrar razones que justifiquen esos resultados, arremeten contra la educación andaluza en general, en abstracto, sin excepciones y, sobre todo, sin una investigación seria que determine las razones de ese fracaso.

El informe PISA clasifica a los 40.000 estudiantes que han hecho la prueba en función de unas respuestas, pero en la práctica a lo que se etiqueta es la procedencia de dichos estudiantes y, una vez colocada la marca, no interesan las causas. Navarra está en la cima del saber y Ceuta en los sótanos. ¿De verdad hace falta una prueba tan costosa para llegar a unos resultados que conocemos y esperamos previamente?

Si detrás de un resultado se esconden unas causas que no suscitan mucho interés entre los responsables políticos o educativos, ¿existirá PISA por una simple afición por las clasificaciones? No sería extraño, porque de codificar a plantas, países o climas, ha pasado a categorizar a personas y no simplemente por su etnia o nacionalidad, sino que se agrupan por sus emociones, su inteligencia, su temperamento o sus actitudes (con la inestimable ayuda del auge o moda de la psicología). Lo peor es que etiquetar conlleva el excluir, el descartar… ¿Y si dejamos a Andalucía tranquila ya

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