Ya ha llegado el otoño y cada mañana nos asomamos a la ventana, que aún dejamos abierta en estas noches de calor, y buscamos algún indicio de agua, de frío, de otoño al fin. Sabemos que está ahí arriba, esperando su momento, y que tarde o temprano habrá que rebuscar en el armario chaquetas y bufandas. Parecida es la sensación que nos están inoculando en lo económico: la mayoría de los ciudadanos aún no estábamos, ni de lejos, recuperados de la última crisis, con salarios bajos y condiciones precarias, aguantando con la promesa de que llegarían tiempos mejores. Y ahora nos dicen, los economistas y demás tertulianos del ramo, que no, que lo que viene es un nuevo frenazo en el crecimiento económico, que se venden pocos coches y poco cemento.

Y es que el sistema sigue enrocado en el crecimiento económico como dogma. Aunque el sentido común advierte que ningún crecimiento es ilimitado, ni siquiera el universo, y que en un planeta finito el crecimiento basado en la expoliación de recursos es insostenible, es una mentira para ingenuos cortoplacistas. No se puede seguir creciendo siempre. Eso no va a ocurrir. Una economía que se empeñe en sostenerse sobre ese dogma es una economía fallida.

Por otra parte, muchos científicos y organizaciones como la ONU llevan años reclamando otras formas de medir el bienestar de la sociedad. El Producto Interior Bruto sólo mide el dinero que se mueve en un determinado país, pero no para qué se mueve. Y produce paradojas como que un bosque ardiendo, los accidentes de tráfico o la prostitución aumenten el PIB, o que un país sano que gaste menos en medicamentos empeore los datos. O que dejar grifos y luces encendidas sea bueno para el PIB, por más que sea un evidente derroche de recursos.

Por eso se han implementado otros sistemas de medición del bienestar de los pueblos, como el IPG (Indicador de Progreso Genuino) que tiene en cuenta la durabilidad de los bienes de consumo, la desigualdad en los ingresos, la contaminación del aire y el agua, los cuidados o el voluntariado. La ONU, por su parte, usa el IDH, Índice de Desarrollo Humano, que contempla tres parámetros de medición: la esperanza de vida, el nivel de vida digno (PIB per cápita), y la educación.

Hay otros: el FIB (Felicidad Interior Bruta), los indicadores de huella ecológica, o el SCAEI (Sistema de Contabilidad Ambiental Económica Integrada), que mide el agotamiento de los recursos naturales en la producción y el consumo final. Cualquiera antes que seguir asimilando la venta de cemento con nuestro bienestar.

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