Los humanos tenemos una parte de nuestra vida en ese periodo que lo calificamos de otoñal. Son los años en que la savia fuerte de la juventud, primaveral, dio paso a un verano de alegrías e ilusiones, donde las mareas de nuestros sentimientos se hicieron presentes con vigor y entusiasmos.

Ahora, el calendario de las estaciones meteorológicas nos anuncia que entramos en una nueva etapa climatológica y de vida. Llega el otoño.

Es el otoño una estación propicia para meditar el paso de nuestra existencia. Unos meses, entre nostálgicos y románticos, donde todo tiene un tono más suave, de poesía lírica inacabada en nuestros sentimientos. Siempre me gusta, al llegar esta época, saludar a este mes que nos la trae.

Septiembre es un tiempo especial. Como un puente que nos prepara para comenzar una rutina conocida en el que la lectura, la meditación pausada, el silencio lleno de recuerdos o la oración musitada en labios llenos de mudas palabras, nos invade para hacer frente a un tiempo nuevo.

Cada año tengo la suerte de recibir la estación otoñal junto al mar. Creo que la playa es la antesala de un cuadro para soñar con el lejano horizonte de la mar infinita.

Me siento en la orilla y observo cómo las olas se acercan y se marchan como siguiendo un rito que tiene el mismo reflejo que nuestro ciclo vital.

Una ola trae y se lleva una bella concha, como navío a la deriva de unos impulsos irrefrenables.

La luz malva del atardecer se vuelve más suave y poco a poco se va borrando de ese telón azul que ya se mancha con el negro de la oscuridad que llega.

Septiembre, un bello mes para soñar, se va alejando en el paso de los días.

Para nosotros, en la baja Andalucía onubense, el verano no se despide del todo, pero en nuestro interior los latidos del corazón ya tienen compases y ecos.

El otoño marca a los que en su primer día nacimos con él. La serenidad, tras el descanso de un verano que fue llama ardiente sobre nuestra piel, nos invita a un sosiego donde el amor, la comprensión y el perdón se unen en maravilloso milagro al que yo llamo: sosiego en el alma, para unirnos más a quienes nos rodean.

En la flor de nuestra existencia, las hojas de la vida se han hecho más suaves en sus colores. Ahora, a esperar la lluvia de la calma sincera en el corazón.

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