Orgullo

Su madre le consolaba para que aprendiera a vivir siendo dos personas a la vez: hombre de día, mujer de noche

Mientras se vestía se desnudaban todos sus pensamientos. Cada uno de los recuerdos que había acumulado a lo largo de su larga vida. Lo que estaba haciendo con sesenta y dos años nunca se imaginó poder llegar a hacerlo en libertad. Vestirse con unos leggins de color violeta de licra elástica que se embutió en sus velludas piernas. La caja del pantalón no llegaba a cubrirle más allá del ombligo por culpa de su protuberante barriga. Y un top fucsia que le favorecía sólo a la cara. De joven, los músculos de los abdominales y los brazos eran la envidia de sus amistades. Eran años que padeció humillaciones en el colegio por parte de compañeros que le acusaban de maricón. Las maestras hablaban con su madre para que corrigiera de su hijo ese amaneramiento con el que se pavoneaba por el patio. Era el motivo por el que le hacían el vacío. Lejos de su vecindario sabía gestionar mejor a sus amistades. Eran de barrios sombríos con los que se citaba en bares a los que había que entrar con un santo y seña. Allí sentía que vivía en el mundo correcto con la gente adecuada. Fuera de esas paredes la vida se convertía en una amenaza. Quiso ser otra persona, pero no pudo ser, ni siquiera, la persona que en verdad era. Ni tenía facilidades para saber qué podía hacer para cambiar su cuerpo, ni le dieron más información con la que poder conciliar su vida con unos genitales que le estorbaban. Cientos de noches se le escuchaba llorar. Su madre le consolaba para que aprendiera a vivir siendo dos personas a la vez: hombre de día, mujer de noche. La sociedad le obligaba a vivir a escondidas, mintiendo en las conversaciones más mundanas que versaban sobre una vida imaginaria. Mientras él, ella, solo se sentía libre con gentes con sus mismos problemas. Decir que era homosexual era una declaración imposible. Desde su infancia le atormentaban las preguntas sobre su ser, que nadie sabía responder más que diciendo, que era una enfermedad de la que debía curarse. Que era la vergüenza de todos al no mostrarse como un macho. Por ello decidió irse del pueblo a la capital. La inmensidad de la ciudad le ayudó a vivir como un ser tan invisible como nuevo. En la capital se encontró con más personas como él, que deseaban vivir en paz las sensaciones que tenían al iniciar sus primeros amores. Todos esos recuerdos, esos pensamientos, le sobrevienen cada día que se viste de color violeta y rosa para salir, por fin a la calle, a desfilar con orgullo mostrando cómo es sin que nadie le prohíba ser.

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