Aquí la única normalidad que le conviene a España es la de la estabilidad, el estado de bienestar y la marcha armónica, moderada y capaz de conseguir la auténtica libertad -política, social, económica, legislativa- el auténtico progreso, no el progresismo en el que se inscriben, deliberadamente, los colectivistas de izquierda. Parece que no estamos en el mejor momento para ello. Ni disponemos del mejor Gobierno sino todo lo contrario. Por otra parte adolecemos de una oposición de la solidez y convicción que precisa esta actualidad acribillada por un desalmado y agresivo virus chino que nos enferma, asola y mata. Más allá de confinamientos, desconfinamientos, desescaladas (El virus nos ha traído un nuevo vocabulario) y de acogernos a una fase u otra, lo que necesitamos es firmeza y diligencia, que han faltado escandalosamente cuando se retrasaron ostensiblemente las medidas para combatir la nefasta pandemia.

Estemos en una fase o en otra, no sólo no han disminuido ni la confianza ni la credibilidad sino que ante la psicosis y la paranoia de tan inquietante situación de incertidumbre en lo sanitario, en lo económico y en lo político, no es admisible una obstinada y sectaria fijación aferrándose a su hueste política demonizando toda contraria ideología. Vemos con preocupante estupor un clima de opinión en el que se crítica y se fustiga la actuación del Gobierno en la gestión de esta crisis consecuencia de esta maldita pandemia, pero la mayoría de los críticos, una vez terminada su precipitada y fugaz diatriba, se apresuran a cargar contra la oposición y especialmente al PP, culpándolo de todas estas desgracias y en ocasiones con adjetivos de mayor envergadura. Se ha creado una atmósfera de hostilidad, de aversión, de desprecio, compartidos por ciertos canales, analistas y habituales palmeros de turno, que supone una incurable patología muy lejos de la objetividad que debe inspirar toda crítica. Los insultos de unos parecen disculparse, no los de los otros, que tantas veces no son más que los lógicos reproches de la oposición.

Crecido por el apoyo de Inés Arrimadas -Derribadas, diría yo- el Gobierno arrecia despiadadamente de manera inmisericorde contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso. Puede que haya cometido errores pero mucho menos que los del propio Gobierno y el ataque contra ella y su comunidad excede de la más convulsiva confrontación democrática. Parece difícil así viabilizar la "reconstrucción social y económica", cuya Comisión creada con pocos visos de justa democracia, cuando, por ejemplo, el líder del Partido Comunista y miembro del grupo parlamentario de IU, designado vicepresidente primero del órgano, Enrique Santiago, se apresura a declarar que "las únicas medidas que van a funcionar tendrán que enfrentarse al modelo neoliberal que venía estando vigente. Toca cuestionar el consumismo abusivo y el modelo productivo". Otra vez Lenin. ¡Pues qué bien!

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