F INALIZANDO el Siglo de las Luces, en 1789, la Revolución Francesa marcó el inicio de la Edad Contemporánea. Provocadora de grandes convulsiones, dio a luz sin embargo una nueva concepción del Estado y, con ella, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que había de inspirar, en Europa y en los países americanos, unas políticas que abrían paso a la participación de los hasta entonces súbditos del poder absoluto de la monarquía. Poco tiempo después, en 1791, la precursora activista Olympe de Gouges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Aunque en ella pedía que las mujeres pudieran subir a las tribunas con las mismas prerrogativas que los hombres, los varones que dirigían la Revolución la hicieron subir al cadalso para ser guillotinada en 1793, con solo 45 años, por oponerse a la pena de muerte decretada para Luis XVI.

En todo caso, el lema Libertad, Igualdad, Fraternidad, proclamado durante la Revolución y no poco cuestionado, terminó por imponerse y pasó a formar parte del patrimonio nacional francés, siendo aceptado también por el resto de los países democráticos. Si hubiera que buscar una síntesis de esas tres palabras mágicas, yo elegiría la de 'Solidaridad', que puede considerarse heredera de la fraternidad del cristianismo.

Se acaba de celebrar en Oporto la Cumbre Social convocada por la Unión Europea cuando aún la pandemia, en fase menguante en el mundo desarrollado, sigue golpeando ferozmente a los habitantes pobres de los países más pobres. Yo esperaba de la Cumbre unas conclusiones en las que apareciera una dosis, por pequeña que fuera, de solidaridad con el llamado tercer mundo. He leído con atención los trece puntos de que se compone la Declaración de Oporto y creo firmemente que los líderes europeos no han estado a la altura exigible. Podemos ver: "Europa debe ser el continente de la cohesión social y la prosperidad", "Transición digital, ecológica y justa para lograr una convergencia social y económica al alza", "Reducir las desigualdades, defender unos salarios justos y luchar contra la exclusión social y la pobreza". ¿Solidaridad? Tal vez, pero solo con los nuestros. En síntesis, el mensaje es: "Nosotros los europeos hemos sufrido una dura prueba y vamos a salir de ella reforzados. No es el momento de pensar en los problemas que existen más allá de las fronteras de la Unión." Muy decepcionante.

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