Hace unos días leíamos en sendas intensas páginas de nuestro diario una muy interesante entrevista con el escritor Manuel Gregorio González, admirador de mi paisano Diego Torres de Villarroel, que es autor múltiple y de tal entidad que merece una revisión urgente. Gregorio González, articulista habitual de esta casa, "ensayista original y a contracorriente", es autor de obras tan estimulantes como El arte inútil y Los seres agónicos, que acaba de publicar con éxito Las ruinas. Una historia cultural. En las postrimerías de la extensa y sin embargo apasionante entrevista a propósito de las ruinas que, según él han servido para dar profundidad al texto, afirma que: "Ahora que la historia ya casi no existe, que es una especie de opinión interesada se usan más bien como algo pintoresco en el que el turista pueda fotografiarse para decir que estuvimos allí". Muchos nos dirán que ya ni eso, porque en los nuevos planes doctrinarios de estudios, de los que muchos están informando y otros opinando de una y otra parte, no sólo se da poca trascendencia a la Historia, es que se pretende suprimirla para sustituirla por otra reescrita, instrumentada y manipulada por las nuevas autoridades docentes al servicio del Gobierno.

De ser así, que hasta ahora hemos de basarnos en diversas publicaciones, sorprende de la manera más penosa contemplar con inmensa alarma los contenidos de los libros de texto provistos de un material sospechosamente ideológico, tendencioso y tóxico, como algunos lo han calificado, que no sólo dinamita el conocimiento en todo su contenido histórico, social y didáctico sino que introduce con un inconcebible descaro y torpe insistencia (propia de esa terca retórica de la izquierda) ideas y una propensión coincidente con el deseo de transformación de la sociedad en la medida de sus mentores, en este caso la que fuera ministra de Educación, la actual embajadora de España en la Santa Sede, María Isabel Celaá, a la que se considera autora de esa nueva ley educativa. En el ejercicio de ese pontificado marxista que algunos ejercen y pretenden imponer con talante flagrantemente autocrático, es como si volviéramos a la despreciada y denostada Formación del Espíritu Nacional franquista de signo contrario.

En esa situación de escepticismo y desconfianza a la que nos ha llevado el gobierno actual no puede extrañarnos que se trate de esos bulos, botes de humo, provocaciones, improvisaciones, falsas promesas y otras arteras coartadas y trampas diversas a que nos tiene acostumbrados el ejecutivo. Desgraciadamente para él y en muchas ocasiones para los ciudadanos, actúan a modo de funestos búmerans. En éste como en otros aspectos de la política actual es inadmisible que en el ejercicio deliberado de una ingeniería social se pretenda someter a la sociedad al modelo del grupo gobernante. A los pontífices de la verdad, la suya, la Historia si no la escriben a su gusto, la desprecian.

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