¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Objetivo Borbón

Los nacionalistas buscan y encuentran apoyos en la izquierda populista española para acosar a la Corona

Las relaciones entre la Corona y Cataluña han sido históricamente más amistosas y fructíferas de lo que la propaganda nacionalista nos quiere hacer ver. Nadie duda de que existieron momentos de profundo desencuentro, como la Rebelión del XVII o la Guerra de Sucesión, pero sólo fueron baches posteriormente superados. Prueba de lo dicho es la plena y plácida integración del principado en el proyecto borbónico dieciochesco una vez que se disipó el humo de la boca de los cañones. Sobre este tema ha escrito y debatido ampliamente Carlos Martínez Shaw, republicano con fotos de don Juan Carlos en el salón de su casa, biógrafo de Felipe V, militante del PSUC en los años clandestinos y profundo conocedor de la cultura y el idioma catalán. Muchos de los mitos de la historiografía indepe, como la marginación de los catalanes en el pingüe negocio americano, se derrumban con la lectura de libros como Cataluña en la Carrera de Indias, 1680-1756 (Crítica, 1981), escrito por un Martínez Shaw al que, a veces, vemos pasear plácidamente por el barrio del Porvenir.

Tampoco hay que remontarse a la edad de las pelucas para justificar esta buena relación. El propio rey Juan Carlos, cuyo padre se reservó en vida el título de Conde de Barcelona, tuvo siempre, pese a los recelos nacionalistas, muy buena acogida en la sociedad catalana, como ya quedó claro desde su primer viaje como monarca a este territorio en febrero de 1976. Los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron el clímax de esta relación Corona-Cataluña que ahora los independentistas quieren envenenar dentro de su estrategia de cortar las amarras emocionales con España. El independentismo ha puesto en el punto de mira a Felipe VI, flor nueva de la vieja casa de Borbón.

Cuentan que, el 3 de octubre, cuando el Rey pronunció el discurso que desbarató el procés, el Govern de Puigdemont, que estaba reunido, no quiso poner la televisión, convencido como estaba de que el monarca se limitaría a soltar algunos lugares comunes sobre la reconciliación y otras hierbas. Sin embargo, al rato, llegó un asesor con la cara demudada y urgió al honorable a encender el aparato. Fue el punto final del procés, algo que nunca le perdonarán a Felipe VI. Ahora los separatistas buscan y encuentran apoyos en la izquierda populista española para acosar a una institución que sigue teniendo la utilidad (más necesaria que nunca) de simbolizar la unidad de los territorios hispánicos. Atacar a la Corona es una forma disimulada de atacar a la cohesión y la solidaridad nacional. Para acabar con España, primero hay que guillotinar al Borbón.

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