S IEMPRE he tenido claro que la obligación de cada nueva generación es revolucionar a la anterior, así ha sucedido de manera sistemática y es lógico que las nuevas generaciones quieran cambiar el mundo que se encuentran para mejorarlo. El problema viene cuando el mundo que se han encontrado ha sido mucho mejor del que les espera cuando ellos tengan que hacerse cargo de sus vidas y eso es lo que nos está pasando.

Las perspectivas económicas, sociales y laborales están tomando unos derroteros que difícilmente hacen prever un futuro con un Estado de bienestar como el de estos últimos treinta años. Las nuevas generaciones están divididas en dos grupos, uno de jóvenes quizá con la mayor preparación académica de nuestra historia, cuyo acceso a la educación superior ha estado garantizada para cualquiera con un mínimo interés en obtener un grado universitario e incluso un máster de especialización, y otro grupo de jóvenes embrutecidos por una sociedad que les ha consentido todo, incluso no hacer nada de provecho por ellos mismos, que engrosan una masa sin criterio, con muchas exigencias pero fácilmente manipulables y con escasos valores. Este contraste hace prever una sociedad en la que los jóvenes sobradamente preparados se encuentren un mercado empresarial con una rentabilidad a la baja y con un exceso de mano de obra cualificada que les hará competir por unos trabajos con unos sueldos muy bajos. El alto grado de desempleo de España, el más alto de Europa, les añadirá una carga adicional vía impuestos sobre su trabajo y sobre los bienes que consuman para conseguir dinero para mantener el otro grupo de jóvenes improductivos pero con alto grado de exigencia social, ya que es a lo que han estado acostumbrados.

Esto nos lleva a una sociedad más injusta y muy inestable donde opciones políticas extremas tienen su caldo de cultivo preparado para prometer todo lo que se quiere escuchar pero que no es posible cumplir.

Puede que nos encontremos con la paradoja de que los que promuevan la revolución sean las personas mayores, para dar un cambio de rumbo que nos sitúe en mejores perspectivas de vida. No ya solo para sus jubilaciones, que corren serio peligro, sino para que sus hijos y nietos encuentren una España con posibilidades de conseguir mejores condiciones que las que les dejaron sus padres, como tuvieron ellos, no una España insostenible económicamente y conformista donde tendrás que aceptar un sueldo mileurista porque es lo que hay, vivas en casa de tus padres porque no puedes mantener una propia y renuncies a formar una familia que difícilmente podrás mantener.

Las anteriores generaciones saben que no se consigue nada sin esfuerzo, que no se puede vivir exigiendo derechos pero relativizando las obligaciones, que nadie regala nada, que todo gasto requiere ingresos, que si te regalan el oído es porque algo quieren de ti y que lo peor es no tener criterio. Esta sociedad más que nunca necesita una revolución, romper con lo que nos ha llevado a hacer jóvenes borregos y apoyar de manera incondicional a los que supieron aprovechar sus oportunidades.

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