LOS presidentes de Francia y el Reino Unido, Nicolas Sarkozy y Gordon Brown, acaban de sellar una alianza con la que pretenden marcar el liderazgo en la Unión Europea (UE) para mejorar la cooperación y que, entre otras medidas, busca potenciar el uso de la energía nuclear. En Francia la energía atómica copa cuatro quintas partes de su generación eléctrica. El Reino Unido está dispuesto a aumentar el número de instalaciones que usan el átomo como fuente energética, tras levantar la moratoria que impedía su construcción. Ambos países ven en ello una alternativa aplicable en toda la Unión para hacer descender la dependencia de los países productores de petróleo, muchos de ellos no exentos de convulsiones, y para disminuir emisiones de CO2 que ayuden a frenar el calentamiento global. Y mientras estos dos líderes políticos europeos marcan esa estrategia, ¿qué hace España? Proseguir en un lento pero paulatino abandono de la energía nuclear en prácticamente todo el periodo democrático. Un proceso que se inició apenas veinte años después de poner en marcha la primera central nuclear española, en 1968. El actual Gobierno socialista mantiene el criterio de no mover ficha en este asunto, mientras las instalaciones fomentadas en el tardofranquismo se van quedando obsoletas. España tiene un fuerte déficit energético y se ve obligada a importar electricidad, buena parte desde Francia, donde el 80% tiene origen atómico. Esta incongruencia bien merecería que en nuestro país al menos se abriese el debate sobre la necesidad o no de al menos mantener, si no aumentar, la potencia nuclear instalada. Es necesario discutir si sería beneficioso o perjudicial para España. Prolongar la inacción mientras nuestros socios invierten miles de millones de euros en mejorar su capacidad nuclear, con fuertes medidas de seguridad, sólo puede dejarnos en una situación de desventaja y de mayor dependencia de los hidrocarburos destilados del petróleo y del gas.