Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Neuróticos

Necesitamos algo que nos desvíe de la verdadera causa del 'shock': por ejemplo, la frase de un ministro

Los jueces son seres humanos. Cabe la posibilidad de que alguno sea un neurótico. Está en su órgano de control, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), discernir si es apto para impartir justicia en los litigios entre sus semejantes. En el CGPJ hay doce jueces; o sea, seres humanos, así que cabe la posibilidad de que alguno sea un neurótico. ¿Quién controla a los controladores?

Los ministros son seres humanos. Hay probabilidades de que alguno sea un neurótico. Es responsabilidad de su jefe, el presidente del Gobierno, mantenerlo en el cargo o cesarlo, y en un caso u otro apencar con las consecuencias. Un ministro es, no obstante, alguien de quien se puede decir cualquier cosa y lo contrario. Algunos lo destacan en su currículum y no son pocos los que llegan al cargo al tener muy perfilada esta condición. Por lo demás, un presidente de Gobierno es también un ser humano. No está a salvo de la neurosis. Pienso en Trump.

Los periodistas somos seres humanos. Aún no nos han reemplazado por robots. Den por hecho que entre nosotros hay un montón de neuróticos. Corresponde a nuestros jefes, que también son seres humanos -así que ya saben-, mantenernos ante un teclado con el que nos puede dar por soltar lo primero que se nos pase por la cabeza y sin ton ni son o mandarnos a casa para que hagamos eso mismo vía Twitter o Facebook, pero sin el arrope, ni la paga, de una cabecera editorial.

La sociedad, eso que algunos llaman la gente, está compuesta por seres humanos. Los citados -jueces, ministros, presidentes de Gobierno, periodistas- forman parte de ella. Es sabido que está plagada de neuróticos. También hay individuos sanos, pocos: los que mantienen la calma, cuentan hasta diez, reflexionan y, si es necesario, más que hablar prefieren callar y oír (esto cada vez menos, pues ya no hay nada que merezca la pena escuchar entre tanto jaleo, así que se echan a un lado y se quedan al margen de la histeria colectiva, que es una muy conocida forma de neurosis).

La cosa, pues, acaba siendo de locos. Algunos les llaman desviados. Y eso es lo que hacemos a las pocas horas de un hecho que nos traumatiza a todos: coger un desvío que nos aleje, un atajo por el que evadirnos y nos lleve a algo que nos distraiga frente a lo que de verdad causa el shock. Por ejemplo, la frase de un ministro vale para reventarnos las neuronas dándole vueltas mientras nos olvidamos de la cuestión principal.

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