De los 7.500 millones de habitantes de este mundo, el 60% viven en Asia, el 16% en África y apenas un 10% en Europa. La población mundial se ha triplicado desde 1950, pero la europea solo ha aumentado en un 32% y la española, algo más, un 44%. Estas cifras indican que las tasas de natalidad, o sea, el número de nacimientos por cada mil habitantes en un año, son relativamente bajos en Europa y, aunque menos, también en España. Pero si tomamos una instantánea del momento actual, podemos decir que las cigüeñas que, según decían, traen a los bebés, ya no frecuentan España como antaño: nacen aquí nueve niños por cada mil habitantes, solo por encima en Europa de Italia, Grecia y Mónaco, principado este que posee el récord de baja natalidad, con siete niños. En el otro extremo cuarenta y cuatro niños nacen en Angola por cada mil habitantes.

Parece razonable pensar que el control de natalidad a nivel mundial es necesario, evitando la superpoblación en países subdesarrollados y sus trágicas consecuencias. Mientras se resuelve, habrá que buscar una alternativa al éxodo masivo de esas personas, tan hijos de Dios como nosotros, en circunstancias muchas veces trágicas. Y, aunque a muchos les gustaría, no es viable, al menos de momento, trasladarlos a otros planetas.

La verdad es que aquí y ahora tenemos un problema inverso de envejecimiento de la población, ocasionado por la baja natalidad y por el factor, positivo sin duda, del incremento de la esperanza de vida. Y eso conlleva los riesgos inherentes al deterioro del potencial productivo del país, inseguridad en el futuro de las pensiones, etc. La natalidad podría aumentar si las jóvenes parejas no consideraran que la alegría de ser padres es superada por los inconvenientes, sobre todo los que afectan al ámbito laboral, que conlleva. Sus decisiones podrían ser distintas con la adopción de medidas políticas de fomento de la natalidad. Pero como no parece que esas soluciones estén hoy por hoy en la agenda de los partidos, la solución más lógica y justa es que España se convierta en país de acogida de emigrantes, en vez de muro eurotrumpiano contra ellos. A pesar de la actitud negativa de muchos por lo que llaman invasión de ilegales, su aceptación regulada me parece una alternativa razonable. Puede ser que en unas generaciones el español (o el europeo) medio sea un poco más oscuro a causa del mestizaje. ¿Algún problema?

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